También se despertaron recelos debido al éxito inmediato que cosecharon los jesuitas especialmente en el ámbito educativo.
[2] La difusión del jansenismo —doctrina y movimiento de una fuerte carga antijesuítica— y de la Ilustración a lo largo del siglo XVIII dejó desfasados ciertos aspectos del ideario jesuítico, especialmente, según Antonio Domínguez Ortiz, "sus métodos educativos, y en general, su concepto de la autoridad y del Estado.
Una monarquía cada vez más laicizada y más absoluta empezó a considerar a los jesuitas no como colaboradores útiles, sino como competidores molestos".
[3] Y la llegada al trono del nuevo rey Carlos III en 1759 supuso un duro golpe para el poder y la influencia de la Compañía, pues el nuevo monarca no era nada favorable a los jesuitas, y, rompiendo la tradición de sus antecesores, nombró como confesor real al fraile descalzo Padre Eleta.
Los motines que se iniciaron en Madrid y luego se extendieron a otras ciudades fueron duramente reprimidos y el orden restablecido.