Ejemplo de esto fueron las habituales representaciones teatrales que los progenitores promovían en su propia casa, en la cual los niños Pau y Manuel participaron en alguna ocasión.
Villafranca fue el lugar donde Pablo Milá Fontanals recibiría las primeras lecciones de dibujo, posiblemente junto a un escultor villafranquino, y también sus primeras clases de pintura a cargo de Buenaventura Planella,[2] profesor con el cual retomaría el contacto tras su traslado a Barcelona.
Esta era, a pesar de todo, la única manera por la que los estudiantes con vocación artística podían conseguir una categoría oficial para el ejercicio de una profesión poco valorada a nivel social.
Las críticas a la enseñanza de la Lonja y el corto espacio de tiempo que permaneció como alumno permiten suponer que su intención premeditada era la de usar su estancia en ella solo como vía para llegar a Roma, viaje para el que pronto fue pensionado, junto a sus compañeros Claudio Lorenzale, Pelegrí Clavé, Manuel Vilar y Francesc Cerdà, con los que formará el grupo conocido con el nombre de nazarenos o puristas catalanes.
En Roma entró en contacto con Tommaso Minardi, presidente y catedrático del Academia de San Lucas, quien firmó el manifiesto de 1843 Del purismo nelle arte junto a Antonio Bianchini, Johann Friedrich Overbeck y Pietro Tenerani, representantes de una nueva corriente estética que Milà asimilará rápidamente.
[3] Oficialmente en esta renuncia se alegaron motivos de salud, que ciertamente sufrió todo su vida.
Milá, junto a Elías Rogent, redactó entonces un análisis detallado de esta obra arquitectónica.
La presencia de Milá en la comisión fue larga y fructífera, llegando a ser nombrado su presidente en 1877.
Este coleccionismo es una muestra evidente de cómo los eruditos y artistas del panorama romántico catalán tenían un especial interés por las investigaciones históricas, con las que se aproximaban al remoto pasado medieval.
La Biblioteca de Cataluña conserva manuscritos y documentos personales, así como dibujos y composiciones artísticas de discípulos suyos que le habían dado como obsequio.
Nazarenos y puristas defendían el valor del arte como vehículo de lo divino, donde lo más importante era siempre el contenido de la obra, que tenía que inspirar la reflexión del espectador.