Su padre fallece «a consecuencia del disparo de un arma de fuego» (en 1896), cuando José Pascual contaba 11 años, la muerte del padre dejó viuda y cinco hijos, un varón y cuatro mujeres.
A los 20 años solicita su ingreso en la Orden franciscana, como novicio en el Monasterio de Sancti Spiritu (Sant Espirit), en Valencia.
En Santo Espíritu continúa su relación de amistad y escultórica con fray Ezequiel Mampel, al que había conocido en Pego; les separaban cuatro décadas en su edad cronológica, pero «espiritualmente eran gemelos».
El afecto que le unía con su madre y las circunstancias de su muerte impresionan profundamente a fray Pascual.
Los medios de comunicación franciscanos en Valencia[8] aluden a la marcha del misionero pegolino, que contaba 44 años.
El grupo escultórico fue colocado en el refectorio de la Residencia, esculpe también un San José para la capilla del Hospital.
Con todas aquellas imágenes organizan una exposición, para su conocimiento y admiración entre los cristianos del lugar.
[10] Por caminos polvorientos, o llenos de barro (era noviembre) el misionero pegolino, acompañado por un carretero, en una semana llega a Sian, capital del Shensi.
Allí le esperan para entregarle una caja con medicinas que debía llevar a la leprosería de Mosimién.
Desde Tatsienlu hasta su destino todavía hay tres jornadas, utilizando los palanquines de la caravana.
La fundación se puso bajo la dirección espiritual de los franciscanos, su primer Guardán fue el padre Plácido Albiero, un fraile italiano.
Se hizo también una farmacia, la enfermería y dormitorios para los primeros leprosos que llegaron.
[15] A fray Pascual se le consideraba «un fraile taciturno», en el sentido de «persona callada, poco comunicativa, introvertida».
Pues en el lazareto se hablaba francés, italiano, chino y su dialecto local, el lolo.
Por su edad, fray Pascual ya no fue capaz de aprender chino, y en los demás idiomas que allí se utilizaban no le era tampoco posible desahogar sus necesidades espirituales ni de convivencia: “«Tan sólo los enfermos le comprendían» –dice su biógrafo-, «porque se expresaba con el lenguaje evangélico del amor fraterno: la caridad».
El padre Guardián le libera del cuidado de los leprosos, para que dedique más tiempo a su labor como escultor y decorador del templo, nombrándole –no obstante- cocinero de la comunidad.
Entre líneas se advierte cierto desánimo en el misionero pegolino, al mismo tiempo que manifiesta su intención de viajar a Filipinas.
Los sacerdotes son detenidos y trasladados a la Residencia de las Hermanas Misioneras.
Encerrados en una casa fueron llevados después al poblado, para su interrogatorio, y luego devueltos a la casa-prisión.
El misionero enfermero y tres hermanas fueron liberados, el resto retenidos, a la espera de poder ser canjeados por prisioneros comunistas.
Para evitar el deterioro del ejército en estas condiciones, Mao decidió dirigir sus tropas hacia el noroeste, ocupando la ciudad de Yenan.
El ejército comunista fue dividido en secciones y batallones, dispersándose en distintas direcciones -la Gran Marcha continuó en forma de guerrilla.
Al frente de unas de esas unidades tácticas compuesta por reclutas «inexpertos y fanáticos» se puso un oficial joven, revolucionario maoísta, «violento y agresivo», que destacaba por su odio antirreligioso: el joven oficial no comprendía cómo se mantenía vivos a dos religiosos que predicaban una religión extranjera en China.
De la primera época como artista en Valencia, su connovicio el padre Bernardino Cervera dejó escrito (1928):
En Mosimién: El tríptico central completa con los altorrelieves correspondientes a las catorce estaciones del Via Crucis.