Se trató de un partido de fuerte carácter personal, entre cuyos miembros se contaban los amigos y parientes del presidente Leguía, así como muchos empleados públicos, adictos al régimen por obvias razones.
Tras la caída de Leguía en 1930, no volvió a tener protagonismo en la política peruana y acabó por disolverse.
El expresidente Augusto B. Leguía, antiguo civilista, regresó al Perú y lanzó su candidatura, apoyado por el Partido Constitucional, cuyo líder era el general Andrés A. Cáceres.
Los mismos universitarios le brindaron su apoyo y lo proclamaron «Maestro de la Juventud», pese a que Leguía nunca tuvo título académico alguno.
Durante este Oncenio, los dos partidos tradicionales más importantes, el Civil y Demócrata, dejaron de tener vigencia.
Para mantenerse en el poder, Leguía sometió a la prensa y desató una implacable persecución contra sus adversarios políticos.
De otro lado, emprendió la modernización del Perú, realizando importantes y numerosas obras públicas.
Como tal, había realizado la ardua tarea de asegurar el absolutismo presidencial, cometiendo una serie de atropellos: desacató los fallos judiciales, expropió el diario La Prensa, ignoró el fuero parlamentario, persiguió y encarceló o exilió a los enemigos del régimen.