Fue encargado en 1916 por el adinerado empresario del salitre, Augusto Bruna, al arquitecto chileno Julio Bertrand.
Los Bruna nunca habitaron la mansión, la vendieron rápidamente por la crisis del salitre.
Numerosas terrazas enriquecen la obra, la mayoría mirando al norte, el Parque Forestal, gran paseo social de la época.
El acceso está enmarcado por monumentales columnas que sostienen la terraza poniente.
Una gran puerta de fierro forjado y vitrales marca el acceso.