Más tarde, criticó la celebración como "ostentosa" y "desalentada" en una carta dirigida a Luis II.
Fue confinado en el Castillo de Fürstenried con supervisión médica cuando empezó a mostrar signos graves de trastorno mental, que aconsejaron apartarlo del gobierno; en ocasiones se golpeaba contra la pared (estaba acolchonada por eso), y ladraba y caminaba como si fuera un perro.
Debido a esto continuó la regencia que ya había sido instaurada durante los últimos días del rey Luis II, en la persona de su tío, el príncipe Leopoldo, quien sirvió como príncipe regente hasta su muerte.
Su hijo, Luis, se convirtió en regente tras la muerte de su padre.
Solo entonces pudo ver la población a su rey por primera y única vez, además de algunas fotos tomadas en secreto por paparazzi en Fürstenried en los años anteriores.