[2] Originalmente estos monumentos fueron grutas naturales,[3] que eran consideradas tradicionalmente el hogar de la ninfa local.
Se los decoraba con estatuas, y disponían de estanques.
Un ninfeo dedicado a la ninfa acuática local, Coventina, se construyó junto al muro de Adriano, en el extremo norte del Imperio romano.
Desde entonces, las grutas artificiales tomaron el lugar de las naturales.
[3]La asociación original con las ninfas se perdió a finales del siglo IV,[10] cuando el término pasó a referirse únicamente a las fuentes decorativas y monumentales, acepción que adquirió especial relevancia y popularidad durante el Renacimiento y Barroco y que, por extensión, aún persiste en la actualidad.