[…] La propaganda fernandina, sin embargo, puso especial énfasis en el protagonismo del pueblo para justificar su causa…».
[10][11][12] Además, como ha destacado Emilio La Parra López, las circunstancias favorecían al partido fernandino.
«A estas alturas el descontento de la población había alcanzado cotas muy elevadas.
Y aún iba más lejos cuando proponía como «garantía» la cesión de las «provincias» españolas al norte del río Ebro, que serían incorporadas a Francia, recibiendo Carlos IV el reino de Portugal como compensación.
En aquel momento la corte española se encontraba en el Real Sitio de Aranjuez.
Como ha señalado Emilio La Parra López, «a pesar de las evidencias» «persistían en la creencia de que Napoleón únicamente pretendía derrocar al “tirano” [Godoy] y asegurar la sucesión al trono del príncipe Fernando para consolidar la alianza con España».
Godoy intentó que Carlos IV autorizara la publicación de una proclama redactada por él en la que el rey explicaba los motivos del viaje ―«mi obligación es conservar mi soberana independencia y retirarme más adentro momentáneamente», se decía―, pero el monarca se negó tras consultarlo con el Gobierno en pleno (todos los secretarios del Despacho, con Caballero al frente, se opusieron porque consideraban que podía interpretarse como una declaración de guerra a Napoleón).
[28] Ese mismo día 14 Godoy reunió al Consejo de Estado que dio su aprobación al viaje de los reyes, pero el secretario del Despacho Caballero se negó a formalizarla con su firma, lo que provocó un altercado entre él y Godoy en los pasillos del Palacio Real.
[26] En aquel momento «los fernandinos ya tenían organizado el acto de fuerza contra Godoy», ha advertido este mismo historiador.
[30][31] Por la noche los guardias de corps rodeaban el Palacio Real para impedir la salida del príncipe Fernando.
[33] Los ánimos solo se calmaron cuando se difundió una proclama redactada por el secretario del Despacho José Antonio Caballero en la que el rey Carlos IV desmentía que fuera a abandonar Aranjuez.
[35] Cuando al anochecer y durante la madrugada llegaron más tropas desde Madrid, los ánimos volvieron a soliviantarse y cada vez se iban reuniendo más personas procedentes de los pueblos vecinos dispuestas «a defender al príncipe de Asturias».
Las calles estaban llenas de gente y su atención se centraba en el Palacio Real, en la residencia de Godoy y en la salida hacia Ocaña, la ruta que se suponía que seguirían los reyes para dirigirse hacia el sur.
[47] «Como Carlos IV mantuvo hasta el último momento la confianza en su amigo y favorito [Godoy], [los conjurados] extendieron su ataque al rey, no de forma expresa, sino por la vía de los hechos, haciendo todo lo posible para provocar su renuncia al trono.
En Aranjuez quedó patente este extremo: la tranquilidad no llegó con la detención de Godoy, en la mañana del día 19, sino unas horas más tarde, al producirse la noticia del cambio en el trono», ha subrayado Emilio La Parra López.
[19] «Llegados a este punto, sólo el príncipe de Asturias podía restablecer la calma, como así fue.
El paso siguiente no podía ser otro que la abdicación de Carlos IV», ha afirmado Emilio La Parra López.
[49] Lo mismo afirma Enrique Giménez López: «Era un hecho insólito que un monarca fuera forzado a abdicar por una parte importante de la aristocracia y por el príncipe heredero».
Cuando la noticia se conoció en Aranjuez la multitud se reunió en la plaza del Palacio Real y comenzó a dar vivas a Fernando VII, que aún no había cumplido los veintitrés años de edad.
Los reyes Carlos IV y su esposa tampoco dudaron de la implicación del príncipe Fernando.
El 26 de marzo la reina María Luisa de Parma le escribió al mariscal Joachim Murat: «Mi hijo Fernando estaba al frente de la conjuración; las tropas estaban ganadas por él; hizo sacar una luz a su ventana por señal para que comenzase el alboroto… Ha hecho esta conspiración para destronar al Rey, su padre».
[5] Enrique Giménez López afirma lo mismo: «El partido del príncipe heredero tuvo una nueva ocasión para forzar esa segunda alternativa [acabar con Godoy y forzar la abdicación de sus valedores, los reyes], esta vez no desaprovechada… Era una prolongación de los sucesos de El Escorial, con los mismos protagonistas e idéntica finalidad, si bien mejor y más concienzudamente preparada…».
Según el historiador Enrique Giménez López, «se difundieron escritos satíricos proclamando la alegría por la desaparición del favorito y piezas que glorificaban al rey Fernando.
Los tres formarían una especie de gabinete privado que fue el órgano donde se tomaron las decisiones importantes, por encima del Gobierno.
Los aristócratas distribuyeron dinero, reclutaron gentes, controlaron el ejército y lanzaron rumores pertinentes para soliviantar los ánimos de la población.
[…] Lo tuvo, y considerable, en un determinado momento (asalto a la casa de Godoy, presión ante el palacio real para forzar la renuncia de Carlos IV), pero no por iniciativa propia, sino obedeciendo a una dirección más o menos declarada.
La propaganda fernandina, sin embargo, puso especial énfasis en el protagonismo del pueblo para justificar su causa…».
[7] Juan Francisco Fuentes coincide con La Parra López: «En el origen del motín, que tuvo una apariencia popular y espontánea, figuraron miembros de la alta nobleza vinculados al partido fernandino, como el conde de Montijo, al que numerosas fuentes señalan como uno de los instigadores del tumulto».
La novedad reside en un nuevo actor en escena: el pueblo, cuyo descontento es canalizado e instrumentalizado contra Godoy».
Para referirse al motín utiliza el término popular, en cursiva, subrayando que fue «organizado por los partidarios de Fernando».