El auge de los molinos se dio a principios del siglo XX y en ese antiguo Marchigüe se construyeron por cientos, dando al pueblo y las haciendas rurales un característico sello que prevalece hasta hoy, a pesar de que han sido reemplazados por bombas eléctricas debido a la gran cobertura de energía que tiene la comuna desde los años 1980.
Su origen proviene del permanente viento del sur que corre todos los días de verano en la localidad y la creatividad criolla para imitar los molinos Challenger americanos que traían al país a principios del siglo XX las importadoras Morrison, Williamson & Balfour y Saavedra Benard.
Emeterio Ruz fue un maestro en el arte de construir molinos que se lubricaban con cebo de carreta y desconocían bujes o rodamientos, haciendo rechinar ejes y bielas en un sonido característico del lugar.
El pueblo se vistió de innumerables molinos hasta la década de los 70, en que fueron paulatinamente reemplazados por electrobombas y solo perduraron en los sectores rurales donde no existía entonces ningún suministro eléctrico.
Al final de la pértiga se encuentra la bomba que, en cada movimiento, "cucharea" un volumen de agua y lo va depositando en un caño cilíndrico que se rebalsa hacia su conducción horizontal normalmente, varios metros sobre el nivel del agua.
Los molineros de Marchigüe no inventaron nada nuevo, sino que aprendieron a hacerlos con rústicas herramientas.