[2][3] Esta narrativa fue usada con fines políticos por los negociadores checoslovacos en la Conferencia de París tras la Primera Guerra Mundial, en distintos tratados durante la existencia de la Primera República y por políticos del Gobierno checoslovaco en el exilio durante la Segunda Guerra Mundial.
[3] En 1918, en una carta a Beneš, escribió en relación con el Caso Hilsner, que él mismo —aquel entonces profesor en la Universidad de Praga y procurador austrohúngaro— ayudó a defender: «Ahora, Hilsner nos ha ayudado en gran medida: los sionistas y otros judíos han aceptado nuestro programa públicamente».
Cuando activistas judíos le presionaron sobre el tema, Beneš se refirió al antisemitismo creciente en Checoslovaquia y avisó que demandas como estas podrían «renovar las críticas de un lado hacia el otro», en alusión a tendencias antijudías entre la población general.
[7] Mientras la violencia arrasaba las calles de Eslovaquia, Masaryk y Beneš, junto a otros políticos checoslovacos, se encontraban en la Conferencia de París, describiendo a Checoslovaquia como una nación democrática y libre del antisemitismo arraigado en los países vecinos.
Sin embargo, pese a su duración y el ambiente caldeado, se saldaron con muy pocas pérdidas en vidas humanas comparado otros pogromos (dos en total).
En su mente tenía un modelo de la democracia perfecta, que excluiría todos estos elementos, y es posible que creyera ser representante del pensamiento checoslovaco en general, extrapolando sus propias opiniones a una característica más genérica de la sociedad checoslovaca.
Su defensa del caso Hilsner en contra de la opinión pública no le hizo muy popular en aquella época, pero sí consiguió conmutar la pena capital en una cadena perpetua, salvando así la vida de Hilsner (quien dos décadas después sería indultado).
[10] Según Orzoff, el culto a Masaryk es un elemento primordial del mito checoslovaco, y tiende a exagerar la importancia y positividad de sus atributos, quitando importancia al papel que tenía la resistencia popular en la consecución de la independencia checoslovaca.
[2] Precisamente a Beneš se refiere el historiador Martin Wein, defendiendo que su negación a conceder oficialmente los derechos de minorías a la comunidad judía tenía una motivación práctica y no ideológica, pues en una época de política europea agitada, intentaba mantener una sociedad relativamente apaciguada y eliminar los posibles focos de crispación interna.
[8] Según Wein, a pesar de eventos como los acaecidos en 1918, la comunidad judía, dadas las circunstancias, estaba más protegida en Checoslovaquia que en otros países del este y centro europeo.
[2] Con respecto a la violencia en los primeros dos años de la República, los defensores del mito no la tienen en cuenta al considerar que en aquella época «la República checoslovaca aún no fue una realidad política consolidada», aunque lo cierto es que los líderes del país lo presentaran en París ya como un idilio democrático para los judíos (siendo la aparición del mito, por tanto, muy anterior al cese de la violencia).