[3] Para lograr su objetivo, los jesuitas desarrollaron el contacto técnico y la atracción de los indígenas.
Pronto aprendieron sus lenguas, y desde ahí se reunirían en pueblos que albergaban muchas veces miles de personas.
Eran en larga medida autosuficientes, disponían de una completa infraestructura administrativa, económica y cultural que funcionaba en un régimen comunitario, donde los nativos fueron educados en la fe cristiana y enseñados a crear arte con elevado grado de sofisticación, pero siempre siguiendo el modelo europeo.
Con esto, el sistema misionero jesuita se derrumbó, causando la dispersión de los pequeños pueblos indígenas.
Junto a los primeros colonizadores llegaron religiosos de varias órdenes misioneras, principalmente franciscanos y dominicos.
[3] Los primeros jesuitas que Ignacio envió a América fueron el español José de Anchieta y el portugués Manuel da Nóbrega.
[9] Nóbrega escribió a sus superiores solicitando que los jesuitas obtuviesen del papa el poder de erigir altares donde bien les pareciese y así consolidar sus poblados, al mismo tiempo en que recomendó paciencia para con el proceso de aculturación, previniendo que una transformación autoritaria, súbita y radical en los costumbres indígenas no daría frutos positivos.
También reconoció, en su Diálogo da Conversão do Gentio (Diálogo de la Conversión del los gentiles) (1556-57) que los indígenas no eran esencialmente malos, a pesar de sus prácticas religiosas "abominables", y que podían ser gradualmente conducidos a una vida más digna, pues si su religión era errónea, la raíz del mal estaba más en el tener un carácter supersticioso, que podía ser encontrado en cualquier pueblo ignorante, y no por ser intencionalmente maligna, según la opinión más corriente.
En ese momento el saqueo, la esclavitud y los asesinatos en masa ya se habían vuelto un escándalo, condenado en Europa, a pesar de que el papa Paulo III en 1537 ya había ordenado la bula Sublimis Deus en la que se proclamaba la libertad de los indígenas en las posesiones españolas.
Nóbrega comenzó a cambiar su discurso, apostando entonces más en la sujeción pura y simple del indígena, y esa tendencia parece haberse tornado de ahí en adelante en la más predominante, dando al misionerismo portugués en general un carácter distinto del español, y relativamente menos fructífero en lo que respecta al sistema misionero en general, ya que las misiones de toda la mitad norte del actual Brasil fueron de las que trajeron más problemas para lograr estabilizarse, aun cuando fuesen capaces de hacerlo.
Aunque los jesuitas trabajaron para minimizar su dependencia del Estado y el contacto con los otros colonizadores, fue algo que no pudo llevarse a cabo completamente.
[18] A mediados del siglo XVII muchas de las reducciones ya eran bastante prósperas como para desarrollar un activo comercio con las ciudades y provincias próximas, llegando a exportar muchos productos hacia Europa,[19] incluyendo instrumentos musicales y esculturas, entre otras cosas.
El territorio de la Nueva Francia comenzó a ser evangelizado a comienzos del siglo XVII por jesuitas franceses, que intentaron establecer un sistema similar al de las reducciones hispánicas, pero sin conseguir el mismo éxito.