Otra fuerte influencia fueron sus viajes, primero a Egipto e Italia y luego al norte de Rusia, donde los viejos creyentes le impresionaron profundamente.
Sus primeras obras publicadas aparecieron en 1905 y llamaron la atención de Valeri Briúsov, quien lo invitó a contribuir a Vesý («El balance»), su revista literaria, el centro del Simbolismo ruso.
Su asociación con los simbolistas no fue nunca definitiva y en 1910 Kuzmín ayudó dar a luz al movimiento acmeísta con su ensayo «Sobre la bella claridad», en que deploró «ornamentos cósmicos incomprensibles y oscuros» e instó a escritores a ser «lógico en la concepción y construcción de la obra, la sintaxis... amen al mundo, como Flaubert, sean económico en los medios y tacaño con palabras, preciso y genuino, y encontrarán el secreto de algo asombroso - bella claridad - que me gusta llamar clarismo.»[6] No perteneció más a los acmeístas que a los simbolistas, pero se asoció personalmente con muchos de ellos; entre 1910 y 1912, vivió en el famoso apartamento (llamado la Torre) del poeta Viacheslav Ivánov, otra influencia formativa sobre los acmeístas, y fue amigo de Anna Ajmátova, a cuyo primer libro de poesía (Vécher, «La tarde») Kuzmín contribuyó con un prólogo halagador.
[7]) Mandelshtam, en su reseña «Sobre la poesía contemporánea» (1916), escribió: El clasicismo de Kuzmín es cautivador.
La trucha rompe el hielo (1929) es su poema más significante con temas homosexuales.