Para Fernando Marías los cuatro lienzos podrían tener en común una «reflexión sobre la visión y su ausencia», culminando en la ceguera del gigante de cien ojos Argos tras el sueño que le provoca el dios Mercurio con su música encantadora.
[6] La fuente literaria son Las Metamorfosis de Ovidio (1, 688-721): Júpiter para poder amar a Ío ocultamente extiende sobre la tierra una extensa neblina, pero Juno celosa sospecha y la disipa.
Júpiter para evitar ser descubiertos no puede hacer otra cosa que transformar a Ío en una hermosa ternera.
En su primitivo estado, además, esas dos figuras, junto con la vaca Ío alejándose envuelta en sombras, llenaban la tela más de lo que lo hacen en la actualidad, al haber sido ampliada arriba y abajo.
Para comprender el modo velazqueño de abordar el mito puede ser muy útil la comparación con el citado cuadro de Rubens, tal como han hecho Julián Gállego en 1990[7] y Jonathan Brown en 1999, especialmente éste al presentar unidas ambas telas, propiedad del Museo del Prado, en la exposición Velázquez, Rubens y Van Dyck.
[8] Del mismo modo que haría Velázquez más tarde, Rubens, al que se le supone un respeto por los asuntos mitológicos negado al «desmitificador» Velázquez, no hizo del guardián de la vaca Ío un gigante de cien ojos.
Velázquez empleó en su ejecución pinceladas muy fluidas, en las que el pigmento se acumula en los extremos del trazo.