Mateo Jareño de la Parra

También llamado Mateo de la Parra, en ocasiones se le ha confundido con el médico homónimo de la Reina Isabel la Católica.

Su destreza en la práctica clínica y su saber médico le hicieron alcanzar una enorme reputación en Salamanca que llegó a oídos de un Rey, como Carlos II de España, famoso por su extremadamente delicada salud.

Es indudable que, con semejante paciente, no le faltaran motivos para poner en práctica sus saberes.

Cuando el joven Rey tenía veinte años, su figura y deplorable estado llegarían a impresionar al Nuncio del Papa:[1]​ En un informe forense realizado por la UCM a partir de los restos mortales del monarca, se ha averiguado que padeció Síndrome de Klinefelter con posible mosaicismo, una anomalía cromosómica que le causó esterilidad, debilidad muscular y un deficiente desarrollo mental.

Este defecto genético se debió probablemente a la política matrimonial de los Austrias.