[3] La aparición en la comarca del Empecinado, con quien nunca tuvo buenas relaciones, podría haber sido la verdadera causa que determinase su abandono de la actividad guerrillera.
En el momento convenido el rey debía llamar a los ministros y otras autoridades a palacio donde quedarían retenidos contando con que la presencia del infante bastaría para movilizar a la guarnición y a los guardias de Corps sin necesidad de haber sido advertidos de antemano, pues fiaba el éxito de la operación al secreto con que se desarrollase.
[11][12][13] La Milicia Nacional sería desarmada, un ejemplar de la Constitución sería quemado en la plaza pública, la placa constitucional de la Plaza Mayor sería destruida y se desataría una dura represión contra los liberales, contra los comerciantes y contra a «los grandes», los clérigos y los oficiales del Ejército que se habían mostrado partidarios de la Constitución.
Caído Vinuesa, en cuyo poder se habían encontrado papeles comprometedores, habría dejado de servirles y, por el contrario, sería políticamente más rentable transformarlo en mártir.
«Cabe que estos aristócratas, los hermanos Aguilera, el conde de Tilly, etc., fuesen sinceramente liberales y creyesen estar haciendo la revolución al matar a Vinuesa: pero todo parece una colosal provocación para desacreditar al sistema».
Gil Novales añade: «Algunos historiadores dan a entender que Fernando VII tanteó en esta ocasión el golpe de Estado, pero no se atrevió.
[9] Emilio La Parra López señala que «el suceso afectó a la credibilidad del régimen constitucional, tanto por su crueldad, como porque el Gobierno no fue capaz de garantizar la seguridad de un prisionero sometido a un procedimiento judicial.
[25] El martillo, instrumento del crimen, se convertirá para los más exaltados en algo parecido a un símbolo de la justicia popular.
Liberales exaltados festejaron el crimen de los más diversos modos.
[34][35] A Paulino de la Calle le ayudó a fugarse una señora que dijo llamarse Amistea, con un grupo de conjurados (tal vez masones) que le proporcionaron refugio primero en Portugal y luego en Londres, donde ejerció su profesión.