Rodrigo de Saavedra y Vinent, II marqués de Villalobar (1864-1926), fue un eminente diplomático español cuya actuación durante la Primera Guerra Mundial en Bruselas aún recuerda y agradece el pueblo belga.Nació con muchas deformidades físicas y más tarde aprovecharía sus viajes a Bélgica para tratar de solucionarlas haciéndose construir un arnés metálico que se sujetaba a su cuerpo y le sujetaba los brazos y piernas con un sistema de prótesis articuladas, lo que le acarreó alguna anécdota.En 1913 fue destinado a Bruselas como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en la legación de España.El gobierno belga le honró con un funeral de estado en Bruselas, y fue enterrado en Madrid.Villalobar tiene un busto en el Senado belga, un otro en la finca Val Duchesse y un tercero en la Escuela Diplomática en Madrid.Figura, además, en un tapiz en el Senado belga que representa la entrada victoriosa del rey Alberto en Bruselas en 1918.No era grande de España, dignidad que, sin embargo, tanto la prensa como sus interlocutores le presuponían casi unánimemente, por el extraordinario prestigio de que gozó en sus diferentes destinos.En los nueve meses que pasó en Washington como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, poco pudo hacer.Debía ser un período particularmente difícil para las relaciones bilaterales, por el poco tiempo que había transcurrido desde la breve guerra hispano-estadounidense de 1898, cuyo final marcó el tratado de París en diciembre de aquel año, mediante el cual España perdía Cuba, Puerto Rico y Filipinas, entre otros territorios.En octubre del mismo año, hizo un viaje oficial a San Francisco.No solo estuvo físicamente al lado del rey Manuel II durante sus últimas horas antes del exilio, sino que después desplegó gran actividad, a veces abiertamente provocativa al nuevo régimen, intentando restablecer la monarquía e incluso buscando excusas para provocar una invasión española de Portugal, probablemente siguiendo instrucciones directas del joven rey Alfonso XIII en su visión de unificación de la península ibérica.Tanto en París como en Londres, Washington y Lisboa, Villalobar hizo contactos amistosos con diplomáticos de otros países, entre otros de Alemania, que le servirían sobremanera en Bruselas: ¡en cuántos despachos a sus superiores desde Bruselas, ahora publicados, dice que está tratando con personas que le van a poder ayudar por ser amigos de épocas pasadas!Cuando las tropas alemanas invadieron Bélgica en 1914, violando su neutralidad, todos los representantes diplomáticos decidieron seguir al gobierno belga en el exilio a Le Havre, en Normandía, excepto tres de países neutrales: los de España, Estados Unidos y Países Bajos (este último dejó un encargado de negocios).Villalobar le aconsejó actuar con moderación hacia el cardenal,lo cual fue debidamente recogido por los alemanes, evitando mayores males, y agradecido por la diplomacia de la Santa Sede.Villalobar fracasó en su empeño, no sin haber pasado una buena parte de aquella fatídica noche acosando hasta altas horas a sus contactos alemanes del más alto nivel, extralimitándose incluso en sus prerrogativas diplomáticas, y elevándoles la voz una y otra vez, incluso para exigir que se despertara por teléfono al propio Kaiser.Amigo y simpatizante indiscutible de los belgas, supo también mantener en todo momento un gran prestigio ante las autoridades alemanas, que lo respetaban por su personalidad y en ocasiones por la fastuosidad con que sabía recibirlos en la legación de España.
Busto del marqués de Villalobar erigido en memoria de una fiesta de jardín organizada para los huérfanos de guerra belgas y franceses en la finca
Val Duchesse
(Bruselas) el 8 de septiembre de 1917.