[1][2] A principios del siglo XVI Cangas tenía un monasterio de monjas.
Este último punto daría a la imaginación popular las alas necesarias para crear el personaje nunca muerto de María Soliña.
Consistía este derecho en que los sucesores del fundador de una iglesia podían proponer a su titular cuando quedara vacante, y a su vez participar de los beneficios que aquella generara.
Nueve mujeres en total, entre ellas Soliño, fueron juzgadas y condenadas por diferentes acusaciones relacionadas con la brujería.
Con los datos necesarios encontrados, y los que no, inventados, fue llevada a las cárceles secretas del Santo Oficio.
[3] María Soliño fue capturada y torturada en Santiago de Compostela hasta que confesó ser bruja desde hacía dos décadas.