Su padre, Emilio Chevallier al llegar a la capital española tuvo de oficio ortopédico.
Antes de cumplir trece años ya había sido reconocida con tres premios musicales debido a su gran talento.
A partir de este momento comienza otra etapa de su vida, ya que prosigue sus estudios con figuras muy importantes del siglo XIX como Carlos Beck, Rafael Hernando, quien muestra su admiración por el talento que tiene no solo en el instrumento sino también por la facilidad con la armonía.
López Almagro y Arrieta fueron otros de sus profesores que vieron sus cualidades como pianista, este último dejó constancia en las actas tras conseguir las notas más altas su primer año en su clase de Composición que tenía “aptitudes extraordinarias” y “nobilisimas”.
Sin embargo, rechazó la oferta y volvió a la capital española, Madrid, para reunirse con sus padres.
Durante los años siguientes comienza a dar conciertos que gozaban de gran popularidad y éxito.
Además, aprovechó el viaje a la capital francesa, para actuar en otros eventos, donde también fue muy bien acogida por el público parisino.
La Iberia tampoco se quedó callado ante el concierto que protagonizó en el Ateneo ya que en una de sus publicaciones apareció lo siguiente: «[…] figuraba una Sonata en Do menor, composición suya, de tres tiempos, fue tocada con gran amore y arrancó nutridos aplausos, especialmente en el número primero allegro con brio.
La actividad como compositora de María Luisa Chevallier no fue muy extensa, pero cabe destacar su pieza más conocida: Sonata en Do menor, la cual interpretó en numerosas ocasiones en muchos de los conciertos que daba junto a otras piezas originales suyas, como se ha mencionado antes, en el concierto que ofreció en el Ateneo.