Fue en gran medida autodidacta; su amor por la lectura la condujo hasta Plutarco (un autor al que se mantendría fiel durante toda su vida), Bossuet o Massillon y, finalmente, hasta Montesquieu, Voltaire y Rousseau.
Un invitado especialmente estimado era François Buzot, por quien profesaba un amor platónico.
Por aquel entonces, la ruptura entre los girondinos y la facción más radical de la Montaña todavía no había tenido lugar.
No obstante, la pareja comenzó a hacerse impopular cuando el señor Roland expuso públicamente los peores excesos de la Revolución.
Allí escribió su Appel à l'impartiale postérité, unas memorias que muestran una extraña alternancia entre el autoelogio y el patriotismo, entre lo banal y lo sublime.