Luce Irigaray

[2]​ Con sus planteos lacanianos rechaza la herencia emancipatoria e igualitarista por tratarse, a su juicio, de un puro discurso masculino.

En 1961 recibe la licenciatura en psicología en la Universidad de París y en 1962 el Diploma en psicopatología.

Irigaray logra encontrar un nuevo público en los círculos feministas de París (se implica además en manifestaciones por la anticoncepción y por el derecho al aborto).

El trabajo de Irigaray influenciará los movimientos feministas franceses e italianos por algunas décadas.

En 2008 le es asignada la licenciatura honoris causa en Literatura por la University College de Londres.

La obra se puede considerar un clásico del pensamiento feminista, un libro en el que se habla de la mujer y de su sexualidad sin definirla, sin concluirla, contra todas las prácticas y las ideologías que desde los inicios del pensamiento occidental han reducido su cuerpo al silencio, a la uniformidad, a la sujeción.

La primera parte de la obra está dedicada al psicoanálisis, la segunda a la filosofía.

Según la autora el psicoanálisis y la filosofía clásica han producido una cultura aparentemente válida para todos, pero en realidad portadora de valores machistas.

En esta fase el niño o la niña se ven reflejados en el espejo por primera vez y comienzan a adquirir y construir el sentido de su identidad como individuos separados de la madre y de los otros, cuestión fundamental que signará a su vez, la imposibilidad estructural de tal separación, pues a nivel subjetivo este movimiento determinará una doble alienación en la construcción del yo; por un lado, una alienación imaginaria, mi identidad construida por el reflejo, por la imagen que me devuelve el otro, y por otra parte, una alienación simbólica, mi deseo capturado en el deseo del Otro, primer otro primordial, la madre y la lengua que me transmite.

El espejo (que reenvía solo imágenes), precede por poco la aparición del Padre y de su Ley.

Freud y el pensamiento masculino ven en la mujer solamente la negación de eso que el hombre posee (de aquí la famosa envidia del pene atribuida por Freud a la niña).

Si la mujer, además de la envidia del pene, tuviera otros deseos, el espejo que debe reenviar al hombre su imagen invertida perdería quizás su unidad, unicidad, simplicidad.

[6]​ Si inicialmente su investigación estaba dedicada a una crítica radical del “discurso falogocentrico”, sucesivamente se ha dirigido a definir los valores necesarios para asegurar la autonomía del sujeto femenino, para después llegar, en estos últimos años, a poner en práctica las condiciones para una cultura y una convivencia entre sujetos diferentes, de lo que el paradigma más universal es justamente la relación hombre-mujer, hombres-mujeres.

La diferencia sexual tiene necesidad de un lenguaje que la determine, a través del cual se pueda hablar, discutir e incluso destruir si es el caso.

Una mujer debe poder hablar de sí sin pasar necesariamente a través del imaginario masculino.

Según Irigaray el lenguaje debe ser deconstruido de manera que venga develado el carácter falsamente neutro, deberá entonces ser construido un nuevo lenguaje, portador de nuevos valores.

"La humanidad es a dos y necesita divinizar esta condición, cultivar nuestro ser en relación con el prójimo".

Sugiere un nuevo modo de pensar que implica la relación entre arte, religión y filosofía.