Los ladrones somos gente honrada es una película española del género de comedia rodada en blanco y negro en 1942.
Meses más tarde se celebra la boda de Daniel y Herminia en la misma casa, en la que el Pelirrojo es ahora el mayordomo.
En ese difícil contexto, la compañía CIFESA retomó su actividad y se convirtió en la principal productora cinematográfica del país.
Por razones empresariales, firmó un acuerdo con Aureliano Campa, que operaba en Barcelona, para producir comedias de bajo coste destinadas a proporcionar un entretenimiento sencillo al público.
Fruto de esta colaboración habían sido realizadas ¿Quién me compra un lío?, Alma de Dios y El difunto es un vivo, todas dirigidas por Ignacio F. Iquino y todas con buenos resultados comerciales en proporción a su presupuesto.
Los críticos la valoraron como una obra menor pero ingeniosa y con una trama bien urdida, si bien opinaban que la complicación del argumento era excesiva.
La obra supuso una oportunidad de destacar para un joven Fernando Fernán Gómez, cuyo personaje fue rebautizado como «el Pelirrojo» debido al físico del actor.
El cineasta intentó airear la acción añadiendo algunos nuevos escenarios y diálogos, si bien se mantuvo bastante fiel al texto de Jardiel.
Iquino manifestó que intentaba ser fiel a la obra de Jardiel, pero adaptándola con criterio cinematográfico.
Manuel Luna era un reputado actor que había destacado en producciones de CIFESA desde la década anterior.
Esta parece ser su primera colaboración con Iquino, director con el que volvería a trabajar en varias ocasiones en papeles más lucidos.
Angelita Navalón —actriz de corta carrera cinematográfica debido a su prematuro fallecimiento— encarna a Eulalia, una criada llorona que parece anticipar los papeles que años más tarde interpretaría con su peculiar estilo Gracita Morales.