La literatura salvadoreña se destaca a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
En los siglos correspondientes a la colonia hubo un florecimiento literario considerable en la metrópoli ibérica; reflejo de lo cual, también en las posesiones americanas se verificó un notable cultivo de las artes, especialmente la arquitectura, la plástica y la música.
Entre ellos resaltaba el celo con que la autoridad religiosa controlaba las vidas de sus feligreses recién convertidos al cristianismo.
Por otro lado, también se encontraba una literatura dirigida a un público lector mucho más reducido y selecto.
Fray Diego José Fuente, franciscano oriundo de San Salvador, publicó varias obras religiosas en España.
[2] El documento tiene por fecha de impresión 1641, pero Luis Gallegos Valdés, crítico literario salvadoreño, sostiene que esta fecha se debe a un error tipográfico, pues algunas referencias históricas lo sitúan en el siglo siguiente.
En las últimas décadas del dominio ibérico ya existía en Centroamérica una considerable actividad cultural de carácter secular.
Cabe recordar aquí la célebre homilía del padre Manuel Aguilar (1750-1819) en la que proclamó el derecho a la insurrección de los pueblos oprimidos, lo cual provocó escándalo y censura entre las autoridades.
Puede citarse a Miguel Álvarez Castro (1795-1856), autor de poesía laudatoria, entre la que resalta su oda Al ciudadano José Cecilio del Valle (1827).
Para poder comprender el nacimiento de, propiamente dicho, la literatura salvadoreña, hay que situarla en el contexto histórico donde se dio.
Fue con la llegada al poder en 1876 de Rafael Zaldívar que los liberales lograron imponerse a sus rivales conservadores.
En las ciencias naturales sobresalió el trabajo del médico y antropólogo David J. Guzmán, autor de la Oración a la Bandera Salvadoreña.
Allí se denunciaba el magisterio del español Fernando Velarde, quien había permanecido en el país en la década de 1870, impactando a las jóvenes generaciones ocultas con una poesía sonora y grandilocuente.
A este romanticismo se suele asociar los nombres de Juan José Cañas (1826-1918), autor de la letra del himno nacional, Rafael Cabrera, Dolores Arias, Antonio Guevara Valdés, Isaac Ruiz Araujo y otros.
Otros autores importantes del período fueron Vicente Acosta, Juan José Bernal, Calixto Velado y Víctor Jerez.
Una literatura preocupada hasta entonces por la pertenencia a un espíritu estético cosmopolita estaba poco dotada para encarar la nueva realidad política del país.
Otros costumbristas de importancia fueron Francisco Herrera Velado y Alberto Rivas Bonilla.
La popularidad que vivió el relato de costumbres se apoyaba en la creciente importancia del periodismo.
Es oportuno mencionar la propaganda político hecha por la prensa; el personaje más relevante del ramo fue Alberto Masferrer (1868-1932), quien escribió además una considerable obra en la categoría de ensayo.
Ello lo condujo a un hallazgo importante, señalado por Tirso Canales: la síntesis entre el lenguaje literario y el dialecto vernáculo.
La representación del hablar popular estaba ampliamente presente en el relato costumbrista y era uno de los elementos que decididamente otorgaba el "color local" y que caracterizaba a los personajes "ignorantes"; por su parte, Ambrogi propuso algo bastante novedoso; incorporó al discurso voces populares, jugando con sus posibilidades literarias.
Si el lenguaje del pueblo es capaz de producir poesía, no toda la cultura vernácula es barbarie e ignorancia.
Parecida significación puede atribuirse a la obra lírica de Alfredo Espino (1900-1928), en la que temas ampliamente bucólicos y populares acababan transformados en materia poética.
Ello constituyó un suceso de gran importancia en la historia literaria salvadoreña, por mucho que esta poesía parezca anacrónica a las generaciones posteriores.
Estas ideas tuvieron un notable poder de cohesión en una nutrida promoción literaria que contó con talentos con los de Alberto Guerra Trigeros, Salarrué (1899-1975), Claudia Lars (1899-1974), Serafín Quiteño, Raúl Contreras, Miguel Ángel Espino, Quino Caso, Juan Felipe Toruño y otros.
En sus ensayo abogó por una redefinición radical del lenguaje y los temas poéticos hasta entonces muy dominados por la estética modernista.
Estas ideas se hicieron más visibles en las generaciones posteriores (en la de Pedro Geoffroy Rivas, Oswaldo Escobar Velado o Roque Dalton), ya que sus contemporáneos elaboraron una expresión lírica siguiendo moldes más bien clásicos, aunque ya distantes del modernismo.
José María Méndez y Hugo Lindo exploraron nuevas fronteras de la narrativa.
Algunos de sus miembros fueron: Javier Alas, Otoniel Guevara, Jorge Vargas Méndez, Nimia Romero, David Morales, José Antonio Domínguez, Edgar Alfaro Chaverri, Antonio Casquín, y los poetas caídos en combate, Amílcar Colocho y Arquímides Cruz.
Cultivaron principalmente poesía, la cual estuvo marcada por su participación en la organización popular y en las filas de la guerrilla salvadoreña.