Los lahares asociados a actividad volcánica se caracterizan por contener generalmente bolones (bloques angulosos de roca en ocasiones tan grandes como 30 cm y raramente métricos) en una matriz volcánica la cual es generalmente más gruesa que fango.
El flujo lahárico puede arrasar todo a su paso, incorporando muchas veces material orgánico como hojas y troncos destrozados y ocasionalmente los cuerpos de animales o personas.
A su vez, la viscosidad está relacionada con la proporción de material sólido transportado por el agua, siendo algunos flujos predominantemente acuosos, otros llegan a contener casi el 95 % de sólidos.
En especial cuando las laderas del cono son muy empinadas los flujos bajan con gran velocidad y energía (velocidades cercanas a los 100 km/h) y pueden aprovechar el curso de los valles, sepultando vastas áreas topográficas y causando un efecto no despreciable sobre la configuración del relieve.
Los lahares de la erupción del Cotopaxi en Ecuador fueron documentadas exhaustivamente por Fenner durante el año 1948.
Los derrames de lodo adquirieron una energía tremenda por la pendiente y fueron importantes por el hecho que se encajonaron en valles estrechos.
Sin embargo son fenómenos cuyo movimiento es relativamente fácil de predecir, en el sentido que siguen los valles.
Muchos otros flujos, en particular los más grandes, no pueden ser desviados totalmente.
Si no lo es, la desviación de tales flujos se torna una tarea muy difícil.