Fue hijo del coronel Fernando Espinar y de María Josefa Carrera; el padre, ciudadano ecuatoriano, vino al Perú junto al ejército libertador de Simón Bolívar.
Sin alimentos ni agua y con soldados descalzos cruzaron el temible Tamarugal.
Sin embargo, al alto mando peruano ordenó acampar para esperar a las fuerzas del general Hilarión Daza; en ello se perdieron 24 horas, que fueron aprovechadas por las tropas chilenas para reponerse y reforzar sus posiciones en las alturas del cerro San Francisco.
Al comandante Espinar le preocupaba la forma como el ejército chileno reforzaba sus posiciones y el lamentable estado de las tropas peruanas: cansadas, sin comer, sin agua, mal vestidas y peor armadas.
El caos se generalizó y mermó la moral de las tropas bolivianas que huyeron camino a Oruro, abandonando no sólo a las tropas peruanas, sino armamento, municiones, fornituras y todo aquello que impidiera su fuga.
Uno a uno fueron cayendo sus soldados, debilitándose el ataque y hasta que quedó completamente solo.
Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes en el cementerio Presbítero Maestro en Lima.