De acuerdo con lo expresado por ex prisioneros, hasta 700 personas murieron o fueron heridas durante la represión,[2] aunque las cifras oficiales solo enuncian que unas pocas docenas resultaron muertas.
Para todo aquel que estuvo asociado con Beria, o había hablado muy a favor de él, corrió el riesgo de ser denunciado como traidor y ser perseguido.
La administración del campo no estaba excluida de estos riesgos y este hecho debilitó significativamente su posición frente a los prisioneros.
Debido a esto, un efecto masivo de autocensura se creaba entre los prisioneros, quienes temían confiar mutuamente.
Las autoridades del campo esperaban que esos "ladrones" revirtieran –como lo habían hecho en el pasado- esta tendencia en crecimiento.
De esta manera, varios departamentos del gobierno fueron rápidamente creados:[19] Previendo que las autoridades acusarían a la rebelión de ser "antisoviética" como pretexto para aplastarla, Kuznetsov y su delegado lituano, Knopkus.
Luego, con la ayuda del Departamento Técnico, sus planes se volvieron cada vez más ambiciosos.
Los cometas fueron exitosos por un tiempo, arrojando paquetes de panfletos en los vientos favorables hacia los asentamientos situados por debajo, pero las autoridades del campo se adaptaron pronto y prepararon en competencia sus propios cometas para enredarse con los hilos de sus contrapartes.
[26] Se establecieron barricadas en puntos estratégicos así como responsabilidades para su manejo, divididas en el campo por barracas –renombrados como “destacamentos” por el departamento de Defensa- con cambios de turnos y procedimientos incluidos.
Las negociaciones entre autoridades y rebeldes comenzaron casi de inmediato, pero se forjaron con dificultad desde el principio.
Las autoridades del campo nueva e inmediatamente aceptaron virtualmente todas las demandas de los prisioneros, pero esta vez, debido al engaño sufrido y todavía vívido en sus memorias, los prisioneros no aceptaron la solución ofrecida de palabra como suficiente y demandaron un acuerdo por escrito.
Un borrador fue redactado por las autoridades, que pasó a vistas por todo el campo y fue ampliamente criticado.
Desde aquí las negociaciones se enfriaron hasta que oficiales de alto rango vinieron desde otras ciudades.
Antes del asalto, las autoridades del campo hicieron intentos por sembrar el descontento dentro del campo, tanto para intentar que los prisioneros se asesinasen entre sí haciendo de ese modo más fácil el trabajo de las tropas invasoras, como para proveer una justificación ostensible para una masiva intervención armada.
Contando con la todavía vigente paranoia y desconfianza contra los judíos en Rusia las autoridades intentaron esparcir rumores de que un pogromo era inminente como una forma de enfrentar a unos prisioneros contra otros.
Muchos llegaron a tener un claro sentido de futilidad sobre su propia lucha y tal actitud demostró ser contagiosa.
Esto tuvo el efecto de bajar la guardia de los prisioneros y crear menos hostilidad así como una disposición más favorable hacia las autoridades del campo, quienes por otro lado estaban planeando aplastar violentamente a los prisioneros todo ese tiempo.
Cinco tanques, 98 perros y 1700 soldados con equipo completo de combate atacaron el complejo del campo.
Granadas improvisadas, piedras, uñetas y otros objetos de metal que los presos les lanzaron a los blindados resultados inútiles.
[38] Las fuentes soviéticas posteriormente agregarían otros nueve reclusos muertos por sus graves heridas como señala Anne Applebaum en su libro Gulag.
[37] Como diría Julián Fuster Ribó (ru:Фустер, Хулиан), cirujano español preso en el campo (y mencionado por Solzhenitsyn):
Fuster Ribó había partido al exilio en la Unión Soviética en 1939, tras la derrota del Frente Popular.
Los soldados soviéticos les permitieron seguir trabajando hasta que se desmayó por agotamiento.
[40] Estas confesiones también probaron ser una incalculable fuente para muchos estudios conducidos respecto al levantamiento de Kenguir, aunque algunos cuestionan su veracidad.
Estos últimos continuaron el destino del común de los presos, es decir, cumplir sus condenas hasta su amnistía final.
El levantamiento demostró a las autoridades que el estalinismo no era una opción política sostenible y que las injusticias masivas como aquellas cometidas en los gulágs no permanecerían perpetuamente sin un costo significativo.
El significado de esa libertad temporal disfrutada por esos prisioneros no se perdió para muchos.
Como se señaló anteriormente, en lugar de hacer explícita su hostilidad hacia el régimen soviético otorgándoles así a las autoridades una excusa para invadir, ellos expresaron ostensiblemente su aprobación por el Estado, mientras, tímidamente pedían la restauración de los derechos y los privilegios acordados por la constitución soviética.
De todos modos, cualquier efecto potencial que el levantamiento podría haber tenido estaba estrictamente circunscrito por la misma naturaleza del régimen soviético, la cual fue rápida en usar la fuerza masiva para suprimir aún la más humilde de las amenazas en su contra.
En la misma crítica hecha para la revista Time, Kramer hizo una salvedad importante en relación con sus dichos previos: