La prueba es una novela corta del escritor argentino César Aira publicada en 1992 por Grupo Editor Latinoamericano.
Aparece en un momento de grandes cambios a nivel político y económico en Argentina.
No fue sólo el veredicto de las urnas sino una compleja trama de negociaciones las que rodearían el retorno del justicialismo al gobierno, a trece años del golpe que había puesto fin a su anterior gestión (1973-1976).
El 14 de mayo, la fórmula justicialista compuesta por Carlos Menem y Eduardo Duhalde se había impuesto al binomio radical que encabezaba Eduardo César Angeloz y al que acompañaba Juan Manuel Casella.
Las elecciones tuvieron un marco que reflejarían estos planos: una profunda crisis económica que terminó con el ministro Juan Vital Sorrouille, reemplazado por Juan Carlos Pugliese, poco después sucedido en el cargo por Jesús Rodríguez y, al final de mayo, hiperinflación y asalto a supermercados en el conurbano, Rosario y otras ciudades.
Con una inflación que en enero alcanzó al 8,9 % y una situación social tensa, caldeada aún más por los cortes energéticos realizados en pleno verano, el Plan Primavera había colapsado.
En abril, la inflación trepa al 33 % y se agita el fantasma del estallido social.
A mediados de mayo, la inflación, que alcanza el 78,4 % mensual, se convierte en hiperinflación.
La desvalorización es tan rápida que la gente se defiende cambiando su dinero por alimentos apenas cobra su salario.
En la cartera económica es nombrado Miguel Ángel Roig, directivo de la empresa Bunge y Born.
El nuevo ministro fallece a los pocos días de asumir y lo reemplaza Nestor Rapanelli del mismo grupo empresarial.
Rapanelli debe abandonar su cargo y el nuevo ministro es Erman González, hombre de confianza del presidente Menem.
Para enfrentarla existía una mágica receta; facilitar la apertura de las economías nacionales, para posibilitar su adecuada inserción en el mercado globalizado y desmontar los mecanismos del Estado interventor y benefactor, tachado de costoso e ineficiente.
Su éxito coincidió con la convicción generalizada de que la democracia por sí sola no bastaba para solucionar los problemas económicos.
Algunos discutían si la crisis era intrínseca a ese modelo, o si se debía al prodigioso endeudamiento externo generado durante el Proceso, que coloco al Estado a merced de los acreedores y banqueros.
La resistían todos los que aun vivían al calor de la protección estatal, incluyendo a los grandes grupos económicos, partidarios genéricos de estas medidas, pero reacios a aceptarlas en aquello que les afectara específicamente.
También la enfrentaron quienes – no sin razones- asociaban las reformas propuestas con la pasada dictadura militar.
Menem encauzó la crisis como una oportunidad de cambio: la conmoción social era tan fuerte, había tanta necesidad de orden público y estabilidad, que la medicina hasta entonces rechazada resultaría tolerable hasta apetecible.
En Escenas de la vida postmoderna, Beatriz Sarlo describe muy bien cómo la juventud fue el sujeto privilegiado de estos cambios: «El mercado toma el relevo y corteja a la juventud ( ) le ofrece un verdadero folletín hiperrealista que pone en escena la danza de las mercancías frente a los que pueden pagárselas y también frente a esos otros consumidores imaginarios que no pueden comprarlas »[1] (43).
Mao: es una adolescente punk, agresiva y directa, quien pretende conseguir todo lo que desea sin importar las consecuencias.
Las tribus urbanas: como consecuencia de un desajuste social los jóvenes son arrojados a las calles, allí se reúnen y empiezan a conformas pequeños grupos denominados tribus en las que encuentran cercanías en gustos e ideas.