Su intensa actividad constructora se tradujo en decenas de templos extendidos por todo Egipto y Nubia, pero no sólo se conformó con esto sino que también erigió a su antojo una nueva capital en el Bajo Egipto, Pi-Ramsés, en un intento de alejarse del poderoso clero tebano.
La función de tantas cámaras posteriores a la cámara sepulcral no se explica con claridad, pero probablemente serían construidas al ver la longevidad del rey y su lógico afán por acumular la mayor cantidad de efectos personales en su viaje al otro mundo.
Para su tumba, Ramsés II siguió la misma decoración que utilizaría su padre, Sethy I, aunque con evidentes ampliaciones.
Aun así, se pueden reconstruir en su mayor parte los frescos y casi todos los motivos que en su día adornaron la enorme tumba: Como la mayoría de la tumba estuvo abierta desde la Antigüedad, también hay varios grafitos de la época grecorromana.
Sin embargo, no todo lo referente a KV7 han sido fracasos y frustraciones.
Afortunadamente, el cadáver del faraón no sufrió ningún daño, y no sería hasta la dinastía XXI que sería trasladado a un lugar más seguro, destino que sufrieron prácticamente todos los reyes enterrados en el Valle.
Ya en el siglo XX, su momia ha sido la que más interés ha despertado entre las encontradas en Deir el-Bahari, siendo Ramsés II uno de los pocos faraones que ha viajado al extranjero para ser analizado por las más modernas técnicas, cuando en 1976 fue trasladado temporalmente al Museo del Hombre de París para atajar su deterioro debido a una infestación de hongos.
El gran monarca tuvo una vejez llena de complicaciones óseas y vasculares que sin duda le impidieron dedicarse a sus obligaciones.
El análisis de cabello ha demostrado también, para sorpresa de los expertos, que Ramsés II pudo ser pelirrojo, algo muy infrecuente en Egipto y que solía estar asociado al maligno dios Seth.