Juan de los Ángeles
Se le suele llamar abulense erróneamente, porque Oropesa, pueblo donde nació pertenecía a la diócesis de Ávila.Se dedicó después, entre 1565 y 1571, a enseñar en el convento de San Juan Bautista de Zamora y también se dedicó a la predicación.Como le nombraron predicador real, renunció al provincialato, con lo que se granjeó algunas enemistades dentro de su orden.Para él el alma es una tabla rasa que la voluntad, una dulce aspiración hacia Dios, puede educar fortalecida por la inteligencia, aunque la mente no puede acceder a Dios ya que carece de forma y por tanto no es ni definible, ni demostrable ni imaginable, por lo que hay que renunciar a las nociones de los sentidos y a las representaciones de la fantasía, y seguir un proceso de tres sucesivas purificaciones: de los sentidos, de la imaginación y del razonamiento.Entre los escritores ascéticos de su tiempo, fray Juan de los Ángeles es el más culto y erudito, y el que más autores cita en sus obras, aunque sin acumularlos de forma fastidiosa; nombra al «divino Rusbroquio», a «nuestro Harfio», y al «iluminado Tauler», a pesar de que Herp y Tauler estaban incluidos en los índices del inquisidor Valdés (1559) y del Cardenal Quiroga (1583); a veces lamentó su falta de experiencia mística directa, que procuró compensar diligentemente con su gran erudición; incluso es el primer escritor no carmelitano que utiliza y cita la obra de San Juan de la Cruz, por entonces personaje conflictivo y del que todavía no se conocían en imprenta las obras, que cita siempre con muy altos elogios.