Allí ejerció su apostolado hasta 1705 que ocupó la sede de Trujillo, donde murió.
En 1696 realizó una visita a Riohacha, donde impulsó la conversión de los indios guajiros, iniciada por los capuchinos y que debía completarse por su colaborador, Pedro de Peralta.
Su actuación como miembro del consejo general de la inquisición hubo de ser enérgica en la aprensión de dos religiosos trinitarios que en aquellos territorios hacían apología del gobernador contra el rey español y la religión católica.
Su celo le impuso, además a la detención de pobladores ingleses y holandeses que establecidos ilegalmente en Santa Marta desarrollaban actividades comerciales con las colonias del Caribe.
Su periplo peruano lo inició con una visita a los valles norteños; pero sus actuaciones en este territorio fueron criticadas por codiciosas, según la denuncia del clero al virrey príncipe de Santo Buono y al Consejo de Indias.