Sus primeras dudas se acrecentaron, mezcladas ahora con críticas a la potestad del papa, al punto que ya solo le retenía dentro de la Iglesia católica «una loca adorazión a la Virjen María: dolenzia, que por mucho tiempo, ha sido la zeguera de mi pecho».
Su lectura le desembarazó del antiguo fervor a la Virgen y, habiendo enfermado, pidió licencia para marchar a su tierra, de donde por mar se fue a Roma «con intención de ver si en aquella Ziudad, florecía más que en España la Relijión Cristiana».
Escandalizado con cuanto vio, tras pasar un mes en Roma marchó a Montpellier, donde abjuró de la religión católica para abrazar la reformada y reanudó los estudios de medicina que había iniciado en su juventud en España, hasta obtener el grado de doctor en Viena del Delfinado.
Sin embargo, que toda la autobiografía fuese una narración de hechos falsos, no le desanimaba a darla a la imprenta pues, según decía, no habiendo nada falso en su doctrina de la transubstanciación o en su crítica a la Mariolatría, entre los otros temas tratados por el autor, «no alterarán su verdad i naturaleza, porque el escritor haya, o no, sido Catalán reformado».
[3] No lo cree así sin embargo Manuel Díaz de Pineda, que en su memoria para optar al grado de doctor, sin mencionar a Usoz, no encuentra peso suficiente en las razones alegadas por Menéndez Pelayo para tener por legendaria la autobiografía, a la que nada agrega.