El día en que estalló la revuelta, para convocar al pueblo se tocó a rebato las campanas de las iglesias principales: Juan Manuel Lemoine forzó sable en mano la resistencia de los frailes del Templo de San Francisco y consiguió acceder a su campana que tocó hasta rajarse, la cual es denominada por esa razón y desde entonces Campana de la Libertad,[1] en tanto que el francés José Sivilat y un sirviente de Jaime de Zudáñez hicieron lo propio en la catedral.
Al sonido de las campanas acudió aún más gente y Mariano Michel Mercado, trabuco en mano, envió a los jóvenes a tañer las campanas de las restantes iglesias.
Con el objetivo disimulado de fomentar la independencia y el formal de transmitir sus leales intenciones para con Fernando VII y llevar a cabo tareas encomendadas por la Audiencia se enviaron emisarios a distintas ciudades, entre los que se contaba Joaquín Lemoine quien con Eustaquio Moldes partió a Santa Cruz de la Sierra.
Fracasado el levantamiento, Juan Manuel Lemoine pudo evitar las posteriores represalias y se refugió finalmente en Santa Cruz de la Sierra.
Producidos en Buenos Aires los sucesos del 25 de mayo de 1810, regresó a Santa Cruz como enviado del nuevo gobierno el capitán Eustaquio Moldes quien junto con Juan Manuel Lemoine fomentaron la adhesión del vecindario al gobierno revolucionario.