Está considerado, junto con Hermann Broch y Robert Musil, uno de los mayores escritores centroeuropeos del siglo XX.
La guerra y la caída del Imperio de los Habsburgo en 1918 tuvieron una gran influencia en su vida.
Tras la publicación de Job (1930) y La marcha Radetzky (1932) tuvo verdadero éxito como novelista.
En 1933, con la llegada del nazismo al poder en Alemania, dejó Berlín y regresó a Viena.
En los años 1930 siguió escribiendo artículos, ahora para Die Wahrheit (Praga), Pariser Tageblatt, Der christliche Ständestaat (Viena), Die Zukunft (París) y Pariser Tageszeitung, entre otros, pero sobrevivió principalmente de los derechos de autor, ya que se hicieron numerosas traducciones de sus obras.
En su tumba dice, simplemente, «écrivain autrichien mort à Paris» (escritor austríaco muerto en París).
Siempre realista, su obra evolucionó desde el expresionismo alemán hacia la “Neue Sachlichkeit” Nueva objetividad.
Ambienta sus novelas en los pueblos judíos fronterizos con Rusia, la Viena cosmopolita anterior a la guerra, así como en el Berlín de entreguerras.
Posteriormente, desilusionado tras su viaje a la Unión Soviética, adoptó posturas más conservadoras.
Aunque judío, rara vez hablaba de ello y no le daba especial importancia: No obstante, recreó los pueblos judíos de su infancia y describió las migraciones hacia el Occidente, muchas veces con los Estados Unidos como objetivo final.
El ejemplo extremo del nacionalismo era la Alemania nacionalsocialista, contra la que escribió firme y decididamente durante toda la década de los años 1930.
El alcoholismo protagoniza su último relato: La leyenda del Santo Bebedor (1939), que acaba con una conocida frase:
El protagonista es Andreas Kartak, un clochard que vive bajo los puentes del Sena.
Roth en esta obra sedimenta del desvarío alcohólico que acabó con él...es una borrachera desde dentro, en sus aromas más sabrosos e incorpóreos, cuando ya no cabe el arrepentimiento de la conciencia.