Los castigos que los Kallinger le infligieron incluían arrodillarse sobre piedras, encerrarlo en un armario, obligarlo a consumir excrementos, lastimarse a sí mismo, quemaduras con hierros, azotarlo con cinturones, y no alimentarlo.
De niño, Kallinger a menudo se rebelaba contra sus profesores y padres adoptivos.
Kallinger se volvió a casar en abril de 1958 y tuvo cinco hijos con su segunda mujer.
Mientras estaba en prisión, obtuvo un 82 en la prueba de IQ y fue diagnosticado con esquizofrenia paranoide, los psiquiatras estatales recomendaron que fuera supervisado por su familia.
Finalmente, otro de los residentes, todavía atado, logró salir al exterior y pedir ayuda.
Michael fue juzgado por cometer crímenes por orden de su padre, y fue enviado a un reformatorio.
Mientras estaba en prisión, Kallinger hizo varios intentos de suicidio, incluyendo prenderse fuego.
Flora Rheta Schreiber, autora del libro, Sybil, entrevistó a Kallinger en prisión en 1976.
Esto resultó controvertido, pues Kallinger obtenía regalías de la venta del libro.
[7] Schreiber se hizo cercana a Kallinger durante el proceso de escritura, e intercambiaron cartas y llamadas hasta su muerte.