Su nacimiento se produjo en un contexto de importante transición política y sociocultural marcado por el ocaso del orden colonial, el surgimiento de los movimientos independentistas y la incertidumbre frente al futuro y el orden político del país.
Acevedo fue la cuarta de los diez hijos del matrimonio[5].
Acevedo la presenta como una mujer severa, de quien recibió “muchas lecciones de moral, buenos ejemplos, la educación mujeril necesaria para gobernar en una casa con economía, aseo y orden, las más tocantes advertencias e instrucciones sobre nuestra santa Religión, y mil preceptos, consejos y amonestaciones.”[2][1]Sin duda, su labor influyó para que todos los miembros de la familia Acevedo Tejada alternaran su participación en la vida política y militar de la República con su interés por la ciencia y las artes[4].
Su familia, profundamente liberal, gozaba de una buena posición social, poseía un significativo capital económico, sobresalía en el campo intelectual de la región y participaba activamente en la política.
Fue allí donde afloró en ella el deseo de escribir y donde se irguieron los pilares que la llevaron a convertirse en la primera autora de la época republicana y en la primera escritora civil de la historia nacional colombiana.
En 1815, como consecuencia de la ‘reconquista’ del territorio neogranadino encabezada por Pablo Morillo, y tras abolir la Constitución de Cádiz, los principales ideólogos y dirigentes de las instituciones republicanas e independentistas, entre los cuales se encontraba José Acevedo Gómez, huyeron para evitar su detención.
Cuenta la escritora: “la adversidad me separó muy pronto de mi padre, que emigró a las montañas a la aproximación del ejército pacificador.
El jurista era primo hermano de su padre, le llevaba dieciocho años y tenía para entonces un hijo de cinco años llamado Joaquín Gómez.
De la relación nacieron tres hijas: Amalia Julia (1823), quien murió antes de cumplir los dos años, Amalia Luisa (1825) y Rosa María (1833), casadas después con Ruperto Ferreira y Anselmo León.
Una vez radicada en la hacienda, además de dedicarse a las tareas domésticas, Acevedo continuó con su formación.
Gómez Durán, señalado por ser, además de inteligente e instruido, un hombre autoritario e irascible[9], animó el cultivo intelectual de su esposa.
Bajo su dirección, leyó literatura, aprendió francés y estudió gramática, geografía, aritmética e historia.
Ya que la escritora señaló a la mujer –en tanto madre y esposa– como el motor de la vida pública desde el hogar, ella misma no sólo se preocupó por ser la regente de su casa y su familia, sino también por seguirse formando, a lo largo de toda su vida, según el paradigma de feminidad liberal[10].
En 1833[9], el mismo año en el que nació su última hija, en un acto sin precedentes dentro de la élite del momento[11], Josefa Acevedo se separó del político.
Mucho antes de la proclamación de la Ley del Matrimonio civil y el divorcio[12], desafiando los ideales del comportamiento, la escritora tomó la decisión de separarse y enfrentarse a una sociedad en la que se consideraba que el matrimonio era una sociedad indisoluble.
A través de alegatos y argumentaciones jurídicas, Acevedo consiguió dejarle y, a pesar de las penurias económicas y el ostracismo social al que se vio expuesta, afirmó con ello su libertad individual, se asumió como escritora y se lanzó a la búsqueda de la independencia económica[11].
Cuanto desagrado puede producir la aversión y todos los desórdenes que causa la discordia, se reúnen dentro de esos muros en donde habitan la desgracia y la aflicción”.Por su parte, en los consejos que escribió para su hija Rosa María y su yerno Anselmo León afirmó:“No hay desgracia que compararse pueda a la de un matrimonio desavenido y las consecuencias de la separación de dos casados, sobretodo [sic] si tienen familia, son inmensas y funestas y solo dejan en el corazón el germen amargos de eternos remordimientos.
Debido a que la escritora discurrió ampliamente sobre los modelos de conducta y el paradigma de la feminidad, trazar este episodio de su vida puede arrojar luces sobre su posición y discurso frente al género y su despliegue particular en la época.
Su nieto, Adolfo León-Gómez, la publica en 1910 dentro del libro El tribuno de 1810, homenaje a José Acevedo y Gómez.
Se despide en esa pieza contentándose con saber que en sus descendientes se podrían encontrar dignos modelos que, con su ejemplo, honrarían tanto la memoria de Diego Fernando Gómez Durán como la suya.
Tan sólo en la quinta edición se le da crédito como autora.
Considerado un best seller de la época, su Ensayo también llegó a ser editado en Nueva York y en París.Acevedo fue al parecer la primera mujer colombiana en escribir obras de teatro.
A pesar de que no se conserva ninguna, testigos afirman que fueron presentadas en su casa familiar ante literatos de la época como Vargas Tejada y Rufino Cuervo, entre otros[14].
Escritos desde un lugar otro, sus cuadros prestan su voz y oído a historias de poblaciones poco presentes en la época como narradores.
Una intelectual que no sólo se insertó en los debates republicanos del momento, sino que también pensó a profundidad su propia posición, papel y alcance frente a estos.
Pese a que sus movimientos en el campo de las letras se desplazaron en los límites impuestos por el sistema de géneros que estaba vigente, Josefa Acevedo logró intervenir y destacarse en el espacio público, un reducido escenario para las mujeres.