[1][2] El ilegalismo adoptó abiertamente el crimen como estilo de vida; no era una doctrina política propiamente dicha.
El ilegalismo tomó importancia para una generación europea inspirada por el descontento de los años 1890, durante los cuales Ravachol, Émile Henry, Auguste Vaillant, Michele Angiolillo y Geronimo Caserio cometieron atrevidos crímenes en nombre del anarquismo, en línea con la llamada "propaganda por el hecho".
En contraste, desde el ilegalismo se argumentaba que sus acciones no requerían una base moral, es decir, que los actos ilegales no se realizaban en nombre de ningún ideal superior sino con el objetivo de satisfacer los propios deseos.
[3] De manera similar, Marius Jacob reflexionaba en 1948: "No creo que el ilegalismo pueda liberar al individuo en la sociedad actual...
), Joe Peacott o Larry Gambone son también extremadamente críticos con el ilegalismo por considerarlo poco ético.