La caída del Imperio romano es un concepto historiográfico que hace referencia al fin del Imperio romano de Occidente, cuyo último emperador efectivo, Rómulo Augústulo, fue depuesto en 476 por el caudillo hérulo Odoacro, empleado al servicio de Roma.Las invasiones germánicas, sin dejar de ser violentas y traumáticas, no lo fueron tanto como para destruir completamente la civilización romana.La arqueología demuestra además que los pueblos germánicos eran completamente sedentarios: Otro aspecto de capital importancia evidenciado por el registro arqueológico es que la «decadencia y caída» no fue un fenómeno homogéneo y común a todo el Imperio.[13] También habían tratado la cuestión el historiador católico del siglo XVI César Baronio y el del XVII Louis-Sébastien Le Nain de Tillemont, así como Charles Le Beau en su L'Histoire du Bas Empire (1750).Para Weber este se había producido al pasar de una economía urbana y monetaria basada en el trabajo esclavo a una «economía rural natural» en la que predominaban las grandes propiedades autosuficientes, lo que trajo consigo la decadencia de la ciudades y el fin la civilización antigua.La principal fue la del geógrafo estadounidense Ellsworth Huntington que en 1917 publicó un artículo titulado «Climatic changes and agricultural decline as factors in the fall of Rome» ('Cambios climáticos y decadencia agrícola como factores en la caída de Roma').[25] En la senda iniciada por Weber Mijaíl Rostóvtsev publicaba en 1926 Social and Economic History of the Roman Empire, una obra en la que explicaba la «decadencia» como el resultado del conflicto entre los campesinos y las clases superiores de las ciudades.Jones en The Later Roman Empire, 284–602: A Social, Economic and Administrative Survey retomó y amplió la tesis de Rostóvtsev y señaló como causa principal de la «caída» la transformación del Imperio en un Estado autoritario con un peso impositivo asfixiante.«Sabemos con certeza que en el siglo IV, los impuestos no eran lo suficientemente elevados como para impedir la subsistencia de los campesinos.Desde luego, es posible que el este haya sido aún más rico, pero el orbe romano no se encontró sometido al influjo de ninguna crisis económica interna digna de mención antes del siglo V».En L'Empire chrétien, 325-395 (1947) relativizó la crisis moral, religiosa e intelectual del siglo IV —en este punto no rompió con la visión tradicional— para afirmar la vitalidad imperial y señaló a los bárbaros (esos germanos que «habitan un país horrible») como los culpables de la caída.Su libro acababa con una frase que se haría célebre: «La civilización romana no murió de muerte natural.[32][33][34] En este sentido Santo Mazzarino hablará doce años más tarde en La fine del mondo antico.El segundo era Henri Pirenne, quien siguiendo la tesis de su maestro Coulanges, había planteado su célebre teoría (Mahomet et Charlemagne, Bruselas, 1937), según la cual las invasiones germánicas no destruyeron la unidad mediterránea del mundo antiguo, ni tampoco eliminaron los rasgos que suelen considerarse esenciales de la cultura romana tal como aún existía en el siglo V.[39] En la misma línea el también británico Bryan Ward-Perkins publicaba en 2005 The Fall of Rome and the End of Civilization en el que destacaba la catástrofe representada por las invasiones bárbaras, insistiendo en los «horrores de la guerra», y caracterizando la «decadencia» del mundo romano en Occidente como la «la desaparición del confort».«La nueva ortodoxia es que el mundo romano, tanto en Oriente como en Occidente, fue lentamente y esencialmente sin dolor "transformado" en una forma medieval.Sin embargo, existe un problema insuperable con esta nueva visión: no es coherente con la masa de datos arqueológicos disponibles hoy, que muestran una clara decadencia en los modos de vida occidentales entre el siglo V y el VII.No fue una simple transformación, fue una decadencia a una escala que puede razonablemente ser descrita como "el fin de una civilización"», escribe Ward-Perkins.[30] «Es imposible rehuir el hecho de que el imperio de Occidente se disolvió porque se establecieron demasiados grupos extranjeros en sus territorios y porque éstos expandieron sus posesiones mediante la guerra», afirma Hether.[46] Otra, «la creciente separación y rivalidad surgida entre las dos provincias occidentales más importantes [tras la pérdida del África romana]: la Galia e Italia».[49] Y sobre el debate entre «continuistas» y «decadentistas» se preguntaba si la forma de reconciliar las dos posiciones no sería «renunciar a hacer de un campo histórico complicado una cuestión simple», teniendo presente que «el fin del Imperio romano en Occidente es un proceso político complejo, discontinuo».Unir bajo un mismo punto de vista metodológico la progresiva crisis del mundo romano y la victoria del cristianismo, haciendo culpable a este último de la primera es un planteamiento voluntarista, excesivamente radical, que no responde a la realidad.La Iglesia no volvió la espalda al Imperio y, si algunos cristianos contribuyeron a debilitar la resistencia imperial, otros apelaron al patriotismo romano; durante el Bajo Imperio, el cristianismo triunfante sirvió de aglutinante a la sociedad romana.Edward Gibbon en su clásico History of the decline and fall of the Roman Empire, aparecido entre 1776 y 1788, se planteó las causas de la decadencia del Mundo Antiguo desde estos presupuestos racionalistas, agnósticos, e incluso neopaganos, pero su mérito estuvo en hacerlo de una manera totalmente novedosa.Ferdinand Lot objetó a esta tesis afirmando que, muy al contrario, el Bajo Imperio fue una época de grandes personalidades.Para el profesor sueco Martin Nilsson, una autoridad en religión griega, la decadencia de Roma vendría motivada por un cambio racial.Considera que el factor clave del «fracaso del Bajo Imperio» fue que, a medida que se iba volviendo más burocrático (la alta administración pasó de unos 200 cargos a 6000 entre Trajano y Teodosio el Grande) y «totalitario», el poder absoluto iba escapando de manos del Emperador en favor de los funcionarios civiles y militares.Bajo el mando de emperadores fuertes, la nave del Estado se mantenía firme, pero con el ascenso al poder de personajes débiles como Honorio, declinó rápidamente, lo que llevaría al caudillismo, encarnado en grandes «espadones» como Estilicón o Aecio.En su tratado La acción humana Mises sostenía que «apelar a la coacción y compulsión para invertir la tendencia hacia la desintegración social era contraproducente ya que la descomposición [del Imperio] precisamente tenía sus orígenes en el recurso a la fuerza y la coacción.Los objetivos económicos no serían fines en sí mismos, sino medios de promoción política y social.
Mijaíl Rostóvtsev
, autor de
Social and Economic History of the Roman Empire
(1926), obra en la que recurre a los factores económicos y sociales para explicar la «decadencia» del Imperio romano de Occidente.
Peter Brown
, autor de
El Mundo de la Antigüedad Tardía
(1971), en 2011. El concepto de «
Antigüedad tardía
» abrió una nueva perspectiva al debate sobre el fin del Imperio romano de Occidente.
Chris Wickham
, autor de
Medieval Europe
(2016), en 2022. Ha destacado el papel de las decisiones y errores de los dirigentes del Imperio romano de Occidente en su «caída».