El término se refiere principalmente a los países de habla española y portuguesa en el Nuevo Mundo.
Ambas potencias europeas llevaron esclavos africanos a sus colonias para hacerlos trabajar como jornaleros, y explotaron los recursos de las tierras conquistadas.
Gran Bretaña y Estados Unidos ejercieron una influencia significativa en la era posterior a la independencia, lo que dio lugar a una forma de neocolonialismo, por el cual la soberanía política de un país permaneció en su lugar, pero las potencias extranjeras ejercieron un poder considerable en la esfera económica.
[3] A mediados del siglo XX, especialmente en los Estados Unidos, hubo una tendencia a clasificar ocasionalmente todo el territorio al sur de los Estados Unidos como "América Latina", especialmente cuando la discusión se centró en sus relaciones políticas y económicas contemporáneas con el resto del mundo, más que únicamente en sus aspectos culturales.
Sin embargo, se sabe que florecieron civilizaciones altamente desarrolladas en varios lugares, como los Andes y Mesoamérica.
Una vez en el Nuevo Mundo, la religión seguía siendo un asunto frecuente que debía tenerse en consideración en la vida cotidiana.
[12] Este rechazo de Dios era visto como una abominación y no fue tolerado por las autoridades en España ni en Latinoamérica.
Era necesario apelar al cristianismo y hacer declaraciones de fe si uno esperaba reducir la sentencia.
"[14] Las apelaciones al cristianismo y la profesión de fe dejaron Paula para regresar a su vida anterior como esclavo con castigo mínimo.
La independencia destruyó el viejo mercado común existente en el Imperio español después del Reformismo borbónico y creó una dependencia aumentada en la inversión financiera proporcionada por naciones que habían empezado su Revolución Industrial; por tanto, algunas potencias europeas occidentales, en particular Gran Bretaña, Francia, y los Estados Unidos empezaron a adquirir mayor influencia en la región, que deviene económicamente dependiente en estas naciones.
Brasil, en contraste con sus vecinos hispánicos, permaneció como una monarquía unida y evitó este problema.
En muchas áreas, las fronteras eran inestables, ya que los nuevos Estados lucharon entre sí para obtener acceso a recursos, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX.
La Guerra de la Triple Alianza enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, que fue completamente derrotado.
Los regímenes políticos eran al menos en la teoría democráticos y tomaron la forma de gobiernos presidenciales o parlamentarios.
A principios de siglo, Estados Unidos continuó con su actitud intervencionista, que pretendía defender directamente sus intereses en la región.
Francisco I. Madero, un moderado liberal cuyo objetivo era modernizar el país al tiempo que impedía una revolución socialista, lanzó una campaña electoral en 1910.
Sin embargo, Díaz cambió de parecer y se presentó a las elecciones una vez más.
Madero emprendió reformas moderadas para implementar una mayor democracia en el sistema político, pero no consiguió satisfacera muchos de los líderes regionales en lo que había pasado a ser una situación revolucionaria.
Otros dirigentes revolucionarios como Villa, Zapata y Venustiano Carranza siguieron oponiéndose militarmente al gobierno federal, ahora bajo el mando de Huerta.
Con la eliminación de los principales oponentes, Obregón pudo consolidar el poder y regresó una paz relativa a México.
Tras el Campeonato Sudamericano celebrados en Río de Janeiro en 1922, el COI ayudó a establecer comités olímpicos nacionales y preparar futuras competiciones.
Los gobiernos e intelectuales latinoamericanos dieron la espalda a las políticas económicas anteriores y se volcaron hacia la industrialización por sustitución de importaciones.
El presidente mexicano Lázaro Cárdenas nacionalizó las petroleras estadounidenses, a partir de las cuales creó Pemex.
Aunque los países latinoamericanos habían sido aliados incondicionales durante la guerra, en la posguerra la región no prosperó como se esperaba, privada de la ayuda a gran escala de Estados Unidos, que había centrado sus esfuerzos en reconstruir Europa Occidental, y particularmente Alemania.
Aun así, el nuevo gobierno, que estaba constitucionalmente obligado a prohibir la existencia de un ejército permanente, no buscó ejercer influencia regional y se vio distraído, además, por los conflictos con Nicaragua.
[20] A lo largo del siglo XX, estallaron varios levantamientos socialistas y comunistas en la región, siendo el más exitoso el ocurrido en Cuba.
La revolución cubana fue liderada por Fidel Castro contra el régimen de Fulgencio Batista, quien desde 1933 era el principal autócrata en Cuba.
La coalición formada por los revolucionarios esperaba restaurar la constitución, establecer un estado democrático y liberar a Cuba de la influencia estadounidense.
Otros países latinoamericanos también se declararon en quiebra, y estos años, marcados además por la hiperinflación, pasaron a ser conocidos como «la década perdida».
En los casos particulares de Venezuela, Bolivia y Ecuador, sus respectivos gobiernos se adscribieron a la corriente conocida como socialismo del siglo XXI.