Se utiliza para referirse, sin pronunciarlo, a aquel nombre de Dios, formado por las letras hebreas yōḏ (י), hē (ה), wāw (ו), hē (ה) y por eso llamado el Tetragrámaton, el nombre que en la liturgia judía se sustituye con la palabra Adonai o más raramente con Elohim.
Se denomina simplemente así, pues, para preservar el segundo mandamiento entregado por Dios a Moisés, el cual advierte de no pronunciar el nombre sagrado en vano.
Ese tercer mandamiento se puede leer en el texto Deuteronomio 5, 11: «No tomarás el nombre de Yahweh, tu Dios, en vano; porque Yahweh no dará por inocente al que tome su nombre en vano».
Otras interpretaciones atribuyen a HaShem, el significado de "Yo soy", que es lo que habría respondido la divinidad a Moisés, cuando este le preguntó por su nombre ante la zarza ardiente en el Monte Horeb.
El Talmud (Sanedrín 90a) enseña lo siguiente: "Aquel que pronuncia el nombre divino expresamente, no posee parte en el Mundo venidero".