Con el declinar de los precios del producto en el mercado internacional, debido a la competencia del azúcar producido en las Antillas, entró en una profunda crisis.
Necesitando dinero, los señores de los ingenios tuvieron que pedir prestado a los comerciantes de Recife, los cuales cobraban altos intereses, lo que se tradujo en un progresivo aumento de sus deudas.
El gobernador de la capitanía, Sebastião de Castro Caldas Barbosa, ligado a los mascates, huyó hacía Bahía, dejando el gobierno en las manos del obispo Manuel Álvares da Costa Claumann.
La burguesía mercantil recibió el apoyo de la metrópoli, y Recife mantuvo su autonomía.
Sin embargo, el sentimiento autonomista y antilusitano de los pernambucanos, que venía desde la lucha contra los holandeses, se intensificó aún más en el pueblo, resurgiendo años después en la Revolución Pernambucana de 1817 y en el movimiento revolucionario de la Confederación del Ecuador de 1824.