[3] Decía también Palomino que «no habiendo aprovechado mucho en la escuela de su padre, o porque es achaque de hijos, o porque le faltó de poca edad; se aplicó a pintar flores, copiando algunas del natural, y otras de Arellano y Mario [Nuzzi]».
[4] Además de sus propias composiciones, firmadas y fechadas con precisión y conservadas en número relativamente abundante, hizo guirnaldas y pintó flores para composiciones ajenas, a las que añadían figuras e historias Antonio Castrejón y Matías de Torres, de las que se conservan en colección particular dos guirnaldas con las figuras de San Joaquín y Santa Ana pintadas por este,[5] o la pareja de guirnaldas con mascarones de flores y grisallas representando a Endimión y Diana —o la Luna—.
[6] Pero, según Palomino, como no sabía hacer otra cosa, llevó una vida sumamente miserable, obligado a exponer en público los juegos de floreros de distintos tamaños que pintaba y que daba, por la fuerza de la necesidad, a muy bajo precio.
Pero, además, él no se limitó a pintar los consabidos floreros y guirnaldas, innovando composiciones imaginativas con las que preludiaba el rococó.
[8] Innovadores son también los dos mascarones con flores ingresados en 2006 en el Museo Nacional del Prado con otras obras de la colección Naseiro, presentados en la exposición Lo fingido verdadero, en los que fundía en el espacio pintado y trataba de forma semejante, mascarones arquitectónicos de carácter vegetal y flores naturales, jugando así con la paradoja —propia de toda naturaleza muerta— de la representación artística, a la vez fingida y verdadera.