Las dos fraguas que han funcionado hasta hace poco confeccionaban los clavos especiales, los pasantes o los puntones y el resto, bajo las órdenes del capataz del ayuntamiento, construían la plaza.
La confluencia de los tres elementos encierro-capea-recinto, documentados durante trescientos cincuenta años, configura una tauromaquia particular en la que el encierro sigue corriendo los mismos pagos, gobernado con la misma filosofía mixta profesional/aficionado.
Los toros eran comprados, encerrados, pagados y corridos por los mozos y de la misma forma, la arquitectura efímera necesaria para el desarrollo de la actividad, corría a su cargo.
La importancia tradicional de la economía montemayorense, bien conocida desde época medieval, residía en la explotación del pinar, del que se obtenían pingües beneficios para los vecinos de la localidad.
Hasta época reciente era costumbre que los mismos vecinos construyesen la plaza, tras el sorteo que se realizaba en el Ayuntamiento de las partes del mismo entre las diversas familias y peñas.
En la actualidad, por razones de organización y seguridad, esta labor recae ahora directamente en el ayuntamiento, si bien los vecinos siguen participando activamente.
Una vez concluida la fiesta, la plaza empalizada se desmonta y sus materiales son almacenados hasta el siguiente año, sustituyéndose aquellos elementos que puedan presentar defectos por el paso del tiempo.