Los romanos han tenido a su alcance desde la época imperial[1] el agua más limpia y potable de toda Europa, su abundancia es innegable, convirtiendo a esta ciudad en una figura indiscutible.
En la antigüedad, los acueductos terminaban en un "Ninfeo", un templete dedicado a una Ninfa.
Los ejemplos más notables son la Fuente de Trevi y la del Moisés, conocida también como la fuente del "Agua Feliz".
Las fuentes, incluso en la ciudad, eran llamadas frecuentemente "bevederos", cuando en forma simple (una pileta, frecuentemente adaptada de un sarcófago antiguo) eran accesibles para saciar la sed, incluso para los animales (caballos, burros, etc.).
En algunas estaba expresamente prohibido dar de beber a asnos, caballos, perros y cabras.