Modesto, pero resuelto, sufrido pero inquebrantable, supo siempre mantener la dignidad de su cargo y llenar sus sagrados deberes.
Exasperados por esta firmeza inesperada sus enemigos recurrieron al medio ordinario y obtuvieron del Emperador que la controversia fuese juzgada en un Concilio que hicieron convocar en Éfeso y cuya presidencia dieron a Dióscoro (449).
Flaviano no podía esperar nada bueno de un Concilio en el que tenían vara sus más encarnizados enemigos.
En efecto, la tempestad que hacía mucho tiempo se estaba formando sobre su cabeza, estalló allí con todo su furor.
Pisoteado por Dióscoro, dice Evagrio, por Barsur mas, según otros, Flaviano murió tres días después a consecuencia de estas infames violencias,[1] en Hipepa, Lidia, a donde lo habían arrastrado (449).