Filosofía romana

Los principales filósofos romanos de época clásica fueron Lucrecio, Cicerón, Séneca y Marco Aurelio.

El contacto de los romanos con el mundo griego se remonta a sus propios orígenes, puesto que la relación de la civilización etrusca con la griega era una relación fluida.

El primer núcleo en el que se produjo este fenómeno de asimilación del clasicismo griego fue el círculo creado por Escipión Emiliano en la segunda mitad del siglo II a. C. que reunió a eminentes personalidades de las letras de su tiempo,[5]​ incluyendo a historiadores y filósofos, como Polibio, Panecio de Rodas, Publio Rutilio Rufo, Cayo Lelio Sapiens o Quinto Elio Tuberón.

La nueva clase dirigente romana debía no obstante adaptarse a una realidad política compleja como el vasto imperio mediterráneo que había conquistado Roma, renovando los principios culturales y políticos en términos más flexibles y adaptables que la rigidez del mos maiorum.

En realidad, esa escuela ya había llegado a la Roma un siglo antes, cuando un decreto (de fecha no aclarada, el 173 o el 154 a. C.) expulsó de Roma a los filósofos epicúreos Alceo y Filisco[6]​ por sus costumbres «licenciosas».

La exigencia estoica de vivir según la naturaleza se transformó en la de vivir según las capacidades que la propia naturaleza nos ha dado, por las cuales el sabio se realiza moralmente participando en el gobierno del Estado como miembro de la más amplia comunidad racional que se expresa en la vida social y política.

La experiencia común y el sentido común, el consenso sobre la verdad compartida por todos, no son suficientes para construir ninguna doctrina; pero aunque no ciertos, son probables, y bastan para guiar un ideal político.

La naturaleza igual de los hombres, idea estoica, no era tal para Cicerón: en su modelo político, el ciudadano, limitado por la pertenencia a su ámbito social, debe contribuir a instaurar la iustitia (justicia) y la concordia (concordia).

En ese ambiente cultural se incluyó la difusión de diferentes religiones orientales, entre ellas el cristianismo; y desde el siglo II tuvieron un gran desarrollo las corrientes de pensamiento gnóstico.

De esta concepción pesimista se libra solo el papel de la filosofía como salvación última, como pedagogía del hombre a sí mismo, centrada en los nobles ideales de la libertad interior, que da la felicidad, y como educación del género humano, a la que Séneca si dedica en sus epístolas filosóficas.

Las otras son los bienes externos que, al no estar en nuestro poder, es inútil y sin sentido buscarlos, sea porque son corruptibles y contingentes, sea porque para obtenerlos nos debemos someter al poder de quien los detente, perdiendo así el bien supremo del hombre: la libertad.

Frente al sinsentido del mundo y su realidad caduca, la única vía que queda al sabio es replegarse en sí mismo, lo que da significado a la propia existencia individual.

Al igual que en Séneca, en Marco Aurelio el concepto de hombre es tripartito: además del cuerpo (corpus en latín o soma en griego) se compone de otras dos partes, el espíritu (spiritus en latín o pneuma en griego, el «soplo vital») y el alma (anima en latín, psique en griego, la sede de las actividades intelectivas y que es la considerada superior -hegemónica-, un nivel que denomina con las palabras griegas logos, hegemonikón y nous, es el verdadero yo, mientras que cuerpo y espíritu son más bien propiedades de ese yo).

Escipión y Polibio, ante las ruinas de Cartago , grabado de Jacobus Buys .
De rerum natura en un manuscrito renacentista italiano (1483).
Busto de Cicerón.
Busto de Séneca.
Busto de Marco Aurelio.