El feudalismo en Cataluña se desarrolló a lo largo del periodo carolingio debido al crecimiento económico y demográfico que de manera lenta pero progresiva va cambiando las relaciones de fuerza en la sociedad.
La feudalización de Cataluña fue posible, en buena parte, por un crecimiento económico que permitió a los poderosos apropiarse del excedente productivo del sector rural motivado por, en parte, al debilitamiento de las estructuras tradicionales que empezaban a quedar obsoletas frente al impulso de las nuevas fuerzas emergentes.
Antes del año 1000, la familia nuclear era bastante estable y estaba garantizada por una estructura económica que le era propia.
Pero el crecimiento económico y el clima de violencias inherentes a la feudalización produjeron el debilitamiento del modelo familiar.
Sin la protección de las instituciones judiciales, afectadas también por la crisis, la familia intentó preservar sus miembros y los intereses comunes de las agresiones exteriores tendiendo al agrupamiento y el ensanchamiento del grupo.
Los veguers, antes personae publicae, se apropiaron de los castillos que administraban y se convirtieron en señores "castlans" (castellanos) prescindiendo de la autoridad superior condal, e incorporaron las tierras fiscales del término del castillo y las rentas públicas satisfechas por los habitantes del distrito correspondiente a su propiedad.
Nacía de este modo la hacienda privada, que violaba tres reglas del orden tradicional: primero, antes, únicamente el conde, representante supremo de la potestad pública, tenía facultad para atribuir tierras y rentas públicas y ahora los veguers castellanos se autoconcedían esta facultad; segundo, antes, estas concesiones, hechos por el conde a sus agentes, lo eran como mecanismo propio de la administración (dar para administrar) y también como forma de remuneración por la tarea llevada a cabo y ahora, los nuevos señores castellanos concedían tierras y rentas de origen público a su arbitrio, y siempre de acuerdo con sus intereses privados; y en tercer lugar, antes, el feudo tradicional tenía carácter funcional porque representaba el fundamento material del poder de mando a la castellanía y, por lo tanto, no podía ser desmembrado, ahora este poder se fragmentaba en feudos múltiples, fenómeno indicativo de la inversión total de las estructuras sociopolíticas del país.
Para esta nobleza, las prácticas simoníacas eran una garantía de control y fruición.
Además, la Iglesia había perdido poder sobre las instituciones y los estamentos sociales, en parte por la pérdida de la protección que hasta entonces le había ofrecido la autoridad condal, ahora también en crisis.
Puesto a la defensiva, la institución eclesiástica pactó una entente con el nuevo poder emergente, el feudal, representado por la aristocracia militar.
Con estas asambleas se pretendía imponer treguas semanales a los nobles violentos.
La jerarquía eclesiástica no cuestionaba, pues, el orden señorial del cual ella misma era parte integrante; su objetivo era desnudarlo de tanta violencia física y de tanto desorden.
Rehecho el poder condal durante el siglo XII, la Iglesia cedió a los condes la presidencia de las asambleas, momento en que la paz de Dios se convirtió en paz del conde.
[2] Por otra parte, el sector urbano se benefició también de la protección ofrecida por estas asambleas al comercio y a los mercaderes.
A partir del siglo XI, la presencia de los condados catalanes en el teatro militar y político de la Península era ya un hecho que marcó las nuevas relaciones politicoeconómicas con el mundo islámico.
podemos hacer la cronología: El protectorado que ejercieron los condes catalanes sobre sus vecinos sarracenos, con la contrapartida del oro de las parias, continuó y se amplió durante los gobiernos de los herederos de Ramón Berenguer I, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramon II.
En este sentido podríamos pensar que la fidelidad estaba en cierto modo subordinada a la concesión del feudo, con el resultado que un vasallo podía estar obligado por fidelidad a varios señores.
En la segunda mitad del siglo XI se impuso la "solidantia", que buscaba regular estas fidelidades y que consistió en hacer homenaje sólido, es decir, a un solo señor, el cual obtenía un derecho exclusivo sobre el vasallo.
La particularidad del feudo era que las partes contratantes pertenecían al mismo estamento, noble o eclesiástico.
Inicialmente la distancia entre los dos grupos era relativa; pero el crecimiento económico que siguió a esta primera etapa fue marcando las diferencias, y las violencias y el afán de acaparamiento de los maiores eliminaron, en buena medida, las libertados labradoras.
En el año 1100 el proceso de aservimiento ya había empezado hasta imponer la servidumbre personal.
Una vez establecido un compromiso entre linajes, se aceleró la señorialización del campo catalán: apropiación de la tierra labradora y debilitamiento de la condición social del campesinado aloera.
Al final del siglo XI, la pequeña propiedad era casi un recuerdo.
Los pocos alodios labradores que quedaban habían perdido su carácter de propiedad llena y libre, puesto que sus propietarios no podían tomar decisiones sobre sus propios bienes sin el consentimiento de los señores banales o jurisdiccionales.
Por un lado, cubrir los vacíos y la inadecuación del Código de Recesvinto a la nueva situación creada por la feudalización, especialmente en materia penal.
Así mismo, era finalidad de los Usatges conseguir el restablecimiento de la paz civil, en una etapa en que el juramento, las ordalías y los duelos judiciales sustituían las pruebas testificales tradicionales basadas en los testigos y el escrito.
A tal fin, Oleguer firmó un acuerdo con el caballero normando Robert Bordet, por el cual este se hacía feudatario del arzobispo y se comprometía a ocupar, repoblar y restaurar la ciudad de Tarragona.
Los acuerdos de este convenio, a pesar de que se enmarcaba en el movimiento de la cruzada, eran fundamentalmente económicos: para catalanes y pisanos significaba la libre circulación por el Mediterráneo occidental, y, además, los mercaderes pisanos obtuvieron la protección del conde barcelonés y ventajas comerciales para desarrollar sus actividades en territorio catalán.
Con todo la actitud despótica de Roger Ató, hijo del vizconde Bernat Ató, propició que los carcasonenses, se sublevaran contra su autoridad y pidieran ayuda a Ramón Berenguer III, a quién prometieron entregar la ciudad y jurar fidelidad.
En aquellas circunstancias, los problemas peninsulares de Ramón Berenguer III, enfrentado a los almorávides, le impidieron reaccionar, y Bernat Ató, sostenido por el conde de Tolosa, pudo consolidar su dominio sobre Carcasona.