Tal tergiversación de conocimiento es una respuesta a las presiones sociales, económicas y políticas percibidas por el agente.
No obstante, al igual que con la falsificación de preferencias, la falsificación del conocimiento no tiene motivos para ser una respuesta únicamente, ni siquiera principalmente, a las presiones del Estado o de alguna otra entidad política organizada.
Otro posible efecto es la persistencia de políticas, costumbres, normas, modas e instituciones que son muy impopulares.
Si los miembros de ese colectivo no revelan lo que saben, los errores e incluso los desastres son inevitables».
[9] Sobre esa base, él argumenta que los líderes, las legislaturas, las corporaciones, las escuelas y los comités deberían promover deliberadamente su propia exposición a los discursos disidentes.
Ventilar diferencias en los entendimientos facilita la construcción de pautas morales política, ética y epistémicamente satisfactorias.
Los miembros de cualquier grupo demográfico pueden diferir en el conocimiento que transmiten a los demás, según la audiencia.
Basándose en esa tradición, Russell Blackford afirma que las sociedades necesitan defensas institucionales no solamente contra los esfuerzos gubernamentales por controlar el conocimiento, sino también contra las presiones conformistas que causen e induzcan a la falsificación del conocimiento.