Ezequiel Huerta Gutiérrez

José Refugio, el mayor de los hijos del matrimonio Huerta Gutiérrez y Eduardo el tercero, ingresaron al Seminario Conciliar de donde años más tarde se ordenarían sacerdotes.

Cuidaba personalmente de sus hijos, compartía con ellos su tiempo libre, les acercaba todo lo necesario para su manutención.

Sus hijos recuerdan que nunca llegaba a su casa sin algún regalito o pequeño presente para cada uno.

Sin pensarlo se dirigió al sujeto y le pidió compostura; la respuesta que recibió fue una cuchillada en el abdomen.

Una vez recuperado en salud y dado de alta del Hospital, se dedicó nuevamente a lo suyo sin levantar demanda alguna contra su agresor.

Años más tarde, el agresor le pidió perdón a Ezequiel arrepentido de sus acciones.

Varias ofertas lo tentaron a buscar horizontes artísticos mucho más amplios, pero él siempre declinó estas propuestas, pues si bien amaba su oficio, aún más lo retenía el amor a los suyos y las posibilidades de servir únicamente al culto divino.

Para principios de 1926 los conflictos Iglesia-Estado se habían tornado en tonos más obscuros y se rumoraba que el presidente Plutarco Elías Calles pronto prohibiría el culto religioso y cerraría las iglesias.

Ésa separación le afectó bastante, pero ésta, sería la primera de muchas pruebas que vendrían.

José Refugio y Eduardo, sus dos hermanos sacerdotes debieron ejercer su ministerio en la clandestinidad.

Los hermanos Huerta Gutiérrez acudieron la noche del 1º de abril a las capillas donde eran velados los mártires.

A su regreso, su esposa se dio cuenta de que algo andaba mal y abordó la situación con cautela, haciéndose pasar por una amiga de la casa, pero fue inútil; al preguntarle un gendarme que quien era ella, una de las niñas al ver a su mamá en la puerta, le gritó desde adentro “¡Mamá!, éstos hombres están rompiendo toda la casa!!.

Al escuchar esto, el empistolado agarró del cuello a María Eugenia y le dijo: con que una amiga ¿eh?

Junto con Ezequiel fue igualmente hecho prisionero un joven seminarista, Juan Bernal, quien accidentalmente había llegado al domicilio poco antes, y quien sería testigo de las atrocidades de las que fueron víctimas tanto Ezequiel como Salvador.

El sargento Felipe Vázquez ordenó la aplicación del tormento común: suspender a los prisioneros de los dedos pulgares y azotarles las espaldas.

", - "Los perdonamos", responde Ezequiel, y mirando al pelotón, entonó su canción al tono de "Que viva mi Cristo, Que viva mi Rey", cuando el sonido ensordecedor de las ráfagas silenciaron su inigualable voz.

Su hermano Salvador, ante este acto de valentía y amor de su hermano, se dirigió al sepulturero del panteón y le pidió su candelabro, miró a su hermano, y le dijo: "me descubro ante ti hermano, que ya eres un mártir"; después se puso de pie, frente al pelotón que minutos antes habían terminado con la vida de Ezequiel y se rasgó la camisa, se puso el candelabro frente a su corazón y les dijo: " les pongo esta vela para que no fallen, ante este corazón que muere por Cristo", "¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!"

Esto se debió a que el General Ferreira exigía 6,000 pesos oro para entregar los cuerpos a sus deudos, una cantidad verdaderamente exagerada en aquellos tiempos y, al no haber cuerpos, evitaban así que la gente los velaran y pudieran tomar acciones contra el gobierno, por la ejecución del maestro Anacleto González Flores y de los hermanos Huerta.

Tiempo después, sus restos fueron exhumados y colocados en la cripta de la familia, en el mismo panteón.