El eterno femenino es un arquetipo psicológico y un principio filosófico que idealiza un concepto inmutable de mujer.
[2] El concepto fue particularmente vívido en el siglo XIX, cuando las mujeres eran descritas como ángeles, responsables de encaminar a los hombres por un camino moral y espiritual.
[3] Entre las virtudes existentes, las que tenían una predominante esencia femenina eran la modestia, la gracia, la pureza, la delicadeza, el civismo, la complicidad, el retraimiento, la castidad, la afabilidad y la amabilidad.
[4] El concepto del eterno femenino (en alemán: das Ewig-Weibliche) fue particularmente importante para Goethe, quien lo introduce al final de su obra Fausto, en la segunda parte.
[8] Simone de Beauvoir veía el eterno femenino como un mito patriarcal que construye a la mujer como algo pasivo, erótico y excluido del rol de sujeto que experimenta y actúa.