Durante toda la Edad Moderna, las entidades políticas propias del Antiguo Régimen evolucionaron de manera muy compleja, manteniendo su particularismo[2] o bien homogeneizándose con criterios centralistas; lo que ejemplificó la monarquía absoluta de Luis XIV de Francia a finales del siglo XVII.
Al mismo tiempo surgieron las primeras entidades políticas propias del Nuevo Régimen o Estados liberales, ejemplificados en la Revolución holandesa y la Revolución inglesa.
Simultáneamente se produjo la independencia de la América española y portuguesa.
Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se construyó un sistema internacional presidido por la ONU, caracterizado por la división del mundo en dos bloques (liderados por los Estados Unidos y la Unión Soviética) y el surgimiento de un Tercer Mundo nutrido por los nuevos Estados salidos de la descolonización.
La fundación del Mercado Común Europeo significó un exitoso experimento de integración continental, expandido a Europa Oriental tras el nuevo orden internacional que siguió a la caída del muro de Berlín (1989) y la disolución de la Unión Soviética (1991).