Hizo de los más diversos oficios sufriendo privaciones, explotación y castigos.
Esa actitud le valió su detención y expulsión del territorio chubutense.
Poco después llegará a Río Gallegos, donde el clima obrero que reina en la capital santacruceña lo atrae.
El gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, aliado de los estancieros, envía al ejército hacia la Patagonia al mando del teniente coronel Héctor Benigno Varela para evaluar la situación que se estaba viviendo.
Los estancieros se negaron a cumplir con el convenio, continuando con los despidos, reteniendo los sueldos atrasados y sin mejorar las condiciones laborables.
El movimiento era completamente pacífico, requisando las armas y tomando los alimentos para la campaña, sobre los que otorgaban vales para la posterior devolución, y ocasionalmente tomando como rehenes a los propietarios o administradores.
Soto se encuentra en Punta Alta con los militantes Graña, Sambucetti y Mogilnitzky.
Allí resuelven que mientras Soto continúe dirigiendo el movimiento en el campo, los 3 restantes deben intentar entrar en Río Gallegos para reemplazar a los dirigentes presos y tener un punto de apoyo en la ciudad.
Los 3 anarquistas al arribar a Río Gallegos son golpeados y apresados por la policía.
Mientras tanto las columnas obreras de Pintos, Ramón Outerello y Albino Argüelles habían sido atacadas por las tropas del teniente coronel Héctor Benigno Varela, ocasionándoles decenas de bajas.
El obrero chileno Juan Farina, propone la rendición y la gran mayoría de los peones rurales apoyan su moción.
[2] Los militares llegan hasta la estancia La Anita y exigen la rendición incondicional a todos los huelguistas.
Los dirigentes piden plazo de una hora y se reúnen en asamblea.
Soto y doce hombres huyen a caballo hacia Chile.
Las duras condiciones del trabajo le afectaron la salud y regresó a Valparaíso.